Capítulo 3

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París, junio de 1900.

María recogía algunas pertenencias suyas con lágrimas en los ojos, luego que su tío la expulsara de casa sin conmiseración alguna. ¿Cómo podía argüir que era una mala influencia para Claudine? ¡Ambas tenían las mismas ideas, solo que Claudine no se atrevía a perseguirlas como ella lo hubiese hecho! Su prima deseaba ingresar a la Universidad de París para estudiar Letras, un sueño que compartía con María. Sin embargo, su tío Jacques montó en cólera cuando lo supo. Marie intentó explicarle, y fue entonces cuando él la culpó de guiar a Claudine por el mal camino.

La joven María, influenciada por los aires del nuevo siglo que estaba a punto de comenzar, no pudo mantenerse callada y había enfrentado a su tío. ¡Las mujeres tenían el mismo derecho a recibir educación superior! Ya unas pocas, desde hacía unos años, habían servido de precursoras. ¿Por qué no sumarse al movimiento de la nueva centuria? Estaba segura de que en el siglo XX estudiar no sería tan criticado como lo era ahora… Su tío, tan distinguido como solía ser, solo atinó a darle una cachetada y a expulsarla de la casa.

Todavía se sentía abochornada, y lo peor era que no tenía idea alguna de a dónde ir. Claudine había salido de casa antes de la discusión mayor, así que no tenía cómo imaginar lo que estaba sucediendo. Por otra parte, el tío Jacques insistió en que apenas contaba con una hora para recoger sus cosas.

La mejilla aún le ardía y tenía los ojos anegados en llanto cuando el ama de llaves, Bertine, quien llevaba toda la vida sirviéndole a la familia Laurent, entró a verla. Era una dama mayor, de mucho respeto, quien le había tomado gran cariño a Marie, como la llamaba.

―¡Te pareces tanto a tu madre! ―exclamó al verla.

María se estremeció, sabía que se refería a su madre de sangre, Clementine, a quien había visto crecer.

―Espero que el señor Jacques recapacite ―añadió después mientras se colocaba a su lado―. Pienso que si te retractas…

―Jamás lo haría ―replicó María orgullosa, colocándose un mechón rebelde tras la oreja―. No puedo renunciar a mis principios, y no le he dicho nada que pueda dañarle u ofenderle. ¡Claudine quizás se conforme con no estudiar, pero yo deseo tanto hacerlo!

―¿A qué precio? ―repitió Bertine mirándola con cierta significación―. ¿Dejando atrás a tu familia y círculo de amigos? ¿Dejando un techo seguro por lo incierto? ¡Pronto terminarás regresando a Ámsterdam, querida, y tu sueño de la Sorbona habrá muerto antes de poder lograrlo!

―¡Por favor! ¡No le diga a mi padre! Yo seguiré escribiéndoles como hasta ahora y recogeré la correspondencia todas las semanas para que no sospechen nada. ¿Puede hacer eso por mí?

Bertine asintió.

―Haré algo más por ti ―contestó―. Te daré la dirección de una buena amiga. Le enviaré una nota explicándole, y estoy convencida de que te dará cobijo por un tiempo. Paul te llevará hasta allí.

María dio un paso hacia ella y la rodeó con sus brazos.

―¡Gracias! ―exclamó―. Gracias por cuidar de mí…

―No lo hago solo por ti, sino también por la memoria de tu madre. ¡Sé juiciosa, Marie! ―le pidió antes de desaparecer.

Unos minutos después, María se despedía de la vivienda del barrio de Passy, en donde había vivido los últimos cuatro años. Sentía un nudo en la garganta y no podía negar que tenía miedo. ¿Qué le depararía la vida? ¿Podría seguir adelante con sus sueños a pesar de las dificultades? Sin poder evitarlo, recordó aquella conversación que sostuviera con Gregory tres años antes. ¡Ya no era la ingenua niña que lloraba por él! Sin embargo, sus sabias palabras las llevaría por siempre en su corazón: lucharía por sus sueños y haría sentir orgullosos a todos quienes la conocieran.

El amor en tus palabras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora