María se levantó temprano, luego de haber dormido toda la noche. Aunque se había sentido muy angustiada tras su encuentro con Gregory, estaba tan casada que terminó cayendo en los brazos de Morfeo. Había sido incapaz de leer el cuento de nuevo, ahora que Gregory lo conocía. ¿Por qué torturarse de aquella manera cuando no había remedio? ¿Cómo imaginar que aquel cuento llegaría a sus manos? En cierta forma sentía un poco de alivio de que él supiera la verdad. Estaba segura de que aquello no remediaría nada y que cuando la impresión cesara, Gregory volvería a ser el mismo. ¿Qué importancia podría tener descubrir que ella lo había amado en el pasado? Entonces comprendió su ofuscación cuando se acercó para hablarle: Gregory pensaba que tal vez no fuese solo un sentimiento pasado, sino que ella continuaba aún enamorada de él…
Sus mejillas ardieron al descubrir esa posibilidad en su razonamiento. ¡Seguro quería salir de dudas, azorado como estaba ante el panorama de un amor tan constante como el que ella había demostrado tenerle! ¡Se sentía tan estúpida! Lo único que obraba a su favor era que había rechazado su beso. Aquel hecho debía valer más que palabras escritas sobre su infancia. Estaba convencida de hacerle creer que ella ya no sentía lo mismo. ¿De qué valdría decirle la verdad? ¿Qué lograría en él? ¿Lástima, pena? ¿Temor ante su encaprichamiento baldío? Si algo tenía María era mucha dignidad.
La joven se alistó y bajó a desayunar. Los Hay y la duquesa también habían madrugado. Luego de un cordial “buenos días”, se dispusieron a comer. La duquesa, con todo propósito, sacó a colación la conversación que en la víspera habían sostenido con Gregory.
―Nos ha descrito con precisión las maravillas de la Exposición. Nos contó que la disfrutaron juntos. A juzgar por la manera en la que se expresó, es justo afirmar que le causó una gran impresión.
María se ruborizó al recordar aquellos días tan felices, que ahora parecían distantes. Por más que quisiera, no podría salir con Gregory de la misma manera, sabiendo que él ya conoce la verdad.
―Sin duda les recomiendo visitarla, fue un instructivo paseo.
―Y contaba con una excelente compañía ―hizo notar lady Lucille―. Gregory es de los pocos caballeros de los cuales jamás podría hartarme.
Anne le lanzó una mirada suspicaz a su abuela. Estaba haciendo sonrojar a María. Edward, por su parte, bromeó haciéndose el ofendido.
―¿Acaso mi compañía la aburre, lady Lucille?
―Tampoco, mi querido Edward. Si algo debo reconocer en ustedes, es que son muy amenos. También mi adoradísimo James, a quien hace tiempo no vemos.
―María, ¿quieres acompañarme a un paseo con los niños? ―le propuso Anne―. La mañana está muy bonita y a todos nos vendría bien tomar un poco de fresco.
―Por supuesto ―respondió.
―Me gustaría acompañarlas, pero he quedado con Gregory en ir a saludar a Brandon.
―¡Por favor, invítalos a cenar una de estas noches! ―suplicó la duquesa.
―Claro que lo haré, mi estimada Lucille.
La duquesa permaneció en casa, leyendo, acompañada por la señorita Norris. María, Anne, y el aya de los niños, salieron a dar el consabido paseo, cada una con un cochecito. Como el camino era algo estrecho, el aya y Eddy encabezaban la comitiva; Anne, María, y el pequeño Edmond eran los últimos. Lady Hay permitió que, con todo propósito, el aya de los pequeños se adelantara un poco. No sabía cómo abordar el asunto, pero creía que María necesitaba de apoyo. ¡La notaba tan triste!
―No quisiera que me tomaras por una persona entrometida, pero me he quedado preocupada luego de lo sucedido ayer. ¿Qué pasa con Gregory? ¿Debo preocuparme? Te aseguro que puedes confiar en mí…
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El amor en tus palabras ✔️
Historical FictionParís, 1900 El sueño de la joven María van Lehmann es estudiar en la Sorbona. Cuando su inflexible tío decide expulsarla de casa, se verá obligada a buscar sustento por sí misma, hallando en la profesión periodística un apasionante camino. Sin imagi...