Capítulo 33

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María se marchó temprano hacia casa de su tío. Los nervios del baile debían estar dominando a Claudine ante la inminencia del acontecimiento. Al llegar, no se equivocó. El vestido de su prima reposaba en un maniquí; era hermoso, de color champagne, ceñido y con un escote algo pronunciado. Su dueña tenía miedo de que no le quedara bien lo cual era un absurdo puesto que la modista le había hecho varias pruebas. María intentó calmarla, haciéndole notar lo bonita que se vería esa noche. Para sorpresa de ambas damas, la modista había llevado dos cajas envueltas en cintas y dentro de cada una reposaban sus respectivas máscaras: la de María de color marfil, a tono con el vestido que había elegido, y la de Claudine de color dorado con algunos detalles en negro. Cada una amó la suya, y eso hizo a sentir a Claudine mucho mejor.

En la tarde, arribaron al hogar de los Laurent unas hermanas amigas de las jóvenes, las señoritas Delacroix, acompañadas por su madre, quien fungiría también de chaperona para todas ellas durante el baile. El tío Jacques había reparado en su ayuda y la de Bertine, ya que él no era dado a ese tipo de actividades.

María aprovechó la ocasión para dejar a su prima con ellas e ir a ver a su tío. La habitación estaba en penumbras, y el sonido que sintió proveniente del baño le hizo comprender que su tío estaba allí. Esperó al lado de la puerta a que él apareciese. Jacques, al verla, dio un respingo pues no la había sentido llegar.

―¿Se siente bien, tío Jacques?

―La comida no me ha sentado bien ―admitió. Sin más preámbulo, volvió a la cama.

―¿Quiere que llame al médico? ―María se colocó a su lado, no le gustaba para nada su aspecto―. Hace días que lo noto indispuesto…

―Pronto estaré mejor, no te preocupes. Es cierto que he estado un poco enfermo, pero tomaré unas vacaciones para reponerme. No le digas nada a Claudine, por favor, no quiero que se sienta preocupada en un día tan feliz para ella…

María, quien había ido a hablarle del diario, no creyó que fuese el mejor momento para hacerlo. Se inclinó y le dio un beso en la frente para despedirse, pero Jacques la tomó de la mano, impidiéndole que se retirara.

―Has venido a decirme algo, ¿verdad?

Ella dudó y su tío adivinó la vacilación en su mirada.

―Dime lo que te inquieta, hija ―insistió.

María asintió, tomó a siento a su lado y comenzó a hablar:

―Por una poesía de mi madre descubrí que ella tuvo un hijo que nació muerto… Me impresionó mucho descubrirlo de esa manera, pero luego he seguido algunos indicios y sé que Maurice alega ser ese hijo. Conversé con él y me lo contó todo. También sé que usted está seguro de que…

―Es un farsante ―le interrumpió Jacques con voz un poco apagada―. Lo sé.

―Conozco a Maurice, tío, sé que es un joven honorable. De hecho, se apartó de mi prima y de mí para que no creyéramos que estaba interesado en nuestro dinero. Fui yo quien lo buscó y confronté cuando hallé la poesía y no tuvo más remedio que decirme la verdad. Le repito que es un buen muchacho.

―¿Quieres insinuar que soy yo quien miento?

―No, tío. Yo confío en usted, en su honestidad. Sin embargo, tengo la impresión de que la verdad se encuentra en el diario de mi madre…

―En efecto, María, la verdad se encuentra en el diario de tu madre ―confesó―. No te lo di antes porque no quería que supieras, antes de casarte, que tuviste un hermano ni tampoco las difíciles circunstancias por las que atravesó Clementine, nada adecuadas de conocer para una joven como tú. Sin embargo, de la lectura de esas páginas resulta evidente que nadie le arrebató a su hijo. Tu madre estuvo consciente todo el tiempo del alumbramiento, lo tuvo en sus brazos, inerte, y luego lo inhumaron. Antes que tu madre se casara, le pidió a nuestros padres que los restos de su hijo fuesen trasladados al panteón familiar. Y así se cumplió.

El amor en tus palabras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora