Capítulo 25

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Gregory se hallaba en su nuevo hogar, aún faltaban algunos muebles por llegar, pero se sentía a gusto. Tenía una hermosa vista de los jardines, y estaba bien próximo al restaurante, que pronto se inauguraría. Cuando tocaron a su puerta, creyó que se trataría de la nueva empleada o quizás de la tienda de muebles a donde había mandado a comprar algunas cosas. Lo que nunca esperó fue hallar a Johannes van Lehmann en el umbral con una expresión tranquila.

―Buenos días, ¿puedo pasar?

El hombre corpulento, de algunos hilos de plata en su cabellera, le extendió su mano y Gregory la recibió, aún perplejo.

―Sí, por favor. Adelante.

Johannes entró a la estancia y rodeó el salón principal, a medio decorar.

―Edward me dio la dirección. Es un bonito lugar ―comentó para aligerar el ambiente.

―Muchas gracias. Aún no tengo todos los muebles, pero puedes sentarte donde gustes.

―Aquí estaré bien. ―Johannes se ubicó en una silla dorada frente a él.

―Reconozco que me toma desprevenido tu visita…

―Lo imagino, pero no he venido a pelear ―le tranquilizó―. Siempre nos hemos llevado bien, ¿verdad?

―Somos cuñados ―respondió Gregory con tacto―, y eres un buen esposo.

―Gracias, aunque te estás esforzando por hacer de mí algo más que tu cuñado ―prosiguió él―. Jamás imaginé que podrías algún día estar interesado en mi hija.

―Yo tampoco lo imaginé ―reconoció―. No fue planificado por mi parte, pero mis sentimientos por María son sinceros. Si no he ido a verla es porque respeto la decisión de ustedes y porque Prudence me amenazó con hacer regresar a María a Ámsterdam. Sé cuánto desea ella estudiar en París, no me arriesgaría jamás a que ese sueño peligrase por mi imprudente aparición, pero te confieso que no pienso renunciar a ella.

―¿Sabes por qué Prudence se opone a esta relación? ―le cuestionó Johannes―. Porque tiene miedo de que en unos dos, tres o cinco años ya no sientas lo mismo por María. Por una mujer cualquiera tal vez te incitara a que corrieras el riesgo de enamorarte o incluso de casarte con ella, pero se trata de nuestra hija. Si algo quiere un padre es tener la certeza de que sus hijos serán felices.

Gregory suspiró.

―No puedo probarles mi constancia ni mi amor si no me permiten acercarme a ella. No tengo la facultad de mostrarles el futuro, pero es la primera vez que me siento seriamente enamorado de alguien. Que sea María complejiza la situación, lo sé, pero uno no escoge de quién se enamora… Cuando vine a percatarme ya lo estaba. Mis intenciones con ella son las más serias, Johannes. Quiero casarme con María ―le aseguró―, y estoy dispuesto a esperar el tiempo que estimes para ello. No voy a negar que mi deseo es desposarla pronto. Si he comprado una casa y establecido un negocio en París es principalmente por ella. Sin embargo, si consideras que es demasiado precipitado, que sería mejor un compromiso largo, estoy dispuesto a aceptar cualquier condición antes que perderla.

Johannes asintió. Estaba complacido con lo que estaba escuchando, pues jamás había oído a Gregory hablar con tamaña convicción por algo.

―Prudence no sabe que estoy aquí ―le confesó.

―Lo imagino. Mis relaciones con ella están en extremo deterioradas. Me puso en la disyuntiva más terrible al impedirme visitar a María, a riesgo de que perdiera la Sorbona.

―Lo sé, y no comparto lo que dijo ―prosiguió Johannes―, ni siquiera sabía que había hablado contigo en esos términos, hasta que me lo confesó hace poco. Esta situación me pone en una difícil posición frente a mi esposa, Gregory, no solo por ser tu hermana sino también la madre de mi hija. Sin embargo, si estoy aquí esta mañana es por la felicidad de los dos.

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