Capítulo 10

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No había imagen más bonita que la de María durmiendo. Así lo había pensado Gregory cuando la noche anterior se la encontró en el sofá, rendida. Su cabello rojizo le cubría la frente y él se la despejó antes de inclinarse y darle un beso. Por más que le habló al oído, María no reaccionaba. Tal vez lo escuchó, pero no hizo ademán alguno por incorporarse. Hasta en eso parecía una niña: dormía como ellos, como un verdadero tronco… Sin pensarlo dos veces la levantó en sus brazos y la llevó a su habitación. María se movió un poco contra la almohada, y el la cubrió con una sábana. No pudo negar el súbito deseo que experimentó de quitarle aquel vestido, pero era algo indecoroso e inapropiado, así que desechó la idea y se marchó.

Sobre la mesa de centro había quedado el esbozo de un artículo sobre la Exposición. Sonrió al comprender que había seguido su sugerencia. Sin embargo, lo que más le impresionó fue que iniciara con aquella frase que él le había dicho al oído frente a la imagen de La Parisienne. Las palabras de María llegaron a su corazón, sumiéndole en el recuerdo de aquel paseo que disfrutaron juntos. Si bien era un primer borrador, estaba muy bien escrito. María abordaba la concepción de la mujer desde diferentes aristas. Iniciaba con su representación en la Puerta Monumental, para luego referirse a la importancia del Palacio que habían visitado. Por último, reflexionaba sobre las trabajadoras de la exposición, aquellas que se esforzaban cada día por mantener el orden y que todo funcionara con la perfección prevista; se refirió a la necesidad de que las jóvenes que asistieran hicieran el balance de la centuria que terminaba pero que también advirtieran la importancia de implicarse en la forja del siglo que nacía, uno en el que tuviesen una participación mayor en todas las esferas de la vida.

Una última reflexión, se refería a aquellas personas, no solo mujeres, que por su situación económica no iban a poder acceder a la Exposición; familias numerosas, mujeres que trabajaban cada día hasta el cansancio para poner un plato de comida sobre la mesa, y otras heroínas anónimas que pasaban desapercibidas. Todavía faltaba el cierre y corregir algunos detalles, pero era un artículo muy bueno. Gregory así lo noto.

Esa mañana, antes que ella se despertara, él volvió a leerlo con detenimiento, volviendo a sentir la misma sensación de orgullo hacia aquella chica que escribía con soltura y profundidad de pensamiento, sorprendentes a su edad. Sin embargo, había algo más que llamaba su atención y a lo que no podía hallarle una respuesta: su caligrafía. Aquellas letras grandes y elegantes muy bien perfiladas le parecían conocidas, lo cual era extraño. Jamás sostuvo correspondencia con María, así que estaba seguro de no haber visto su letra antes.

―¿Greg? ―La voz de ella lo trajo a la realidad.

―¡Cielos! ―exclamó dejando caer el cuaderno―. ¡Me asustaste!

―Eso sucede cuando las personas hacen algo indebido ―se burló ella acercándose―, como leer en un cuaderno ajeno…

―Estaba disfrutando por segunda ocasión de tus hermosas descripciones y de tus agudos comentarios. Me place que hayas seguido mi sugerencia, pero me has sorprendido mucho. ¡Es muy bueno!

―Gracias, pero dudo que lo sea. ―Ella tomó el cuaderno del suelo―. Tiene varios errores, y no está terminado.

―Comprendo que es un borrador, pero eso no le resta en lo más mínimo. Tus ideas son frescas, y la intención del artículo es acertadísima. Tiene mucho mérito, pequeña María, y me encantará verlo impreso cuando lo termines.

―Me esforzaré para concluirlo pronto. Gracias por los ánimos.

―Por cierto, he recibido carta de Prudence ―le comunicó―. Está mucho más tranquila desde que sabe que estás conmigo. En unos días debe viajar con van Lehmann. También se espera la llegada de mi hermano de un momento a otro.

El amor en tus palabras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora