Capítulo 39

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Gregory y Maurice fueron trasladados al hospital Necker y atendidos de inmediato. Estaban vivos, y eso le daba a María un poco de esperanza en medio de una situación angustiosa y difícil. Goron, el investigador, la acompañó todo el tiempo y le pidió que fuese a su hogar, pero la joven se negó. Con el vestido manchado de sangre, María se sentó en un banco del patio interior del hospital, a la espera de las primeras noticias. Goron entonces envió con Paul una nota al hogar del Bosque de Bolonia, escueta pero precisa. Unos minutos después, no tardaron en llegar Edward, Anne, Prudence y Johannes, en extremo alarmados por lo sucedido. Ver a María en aquel estado no era fácil para ningún padre, e incluso temieron por la integridad de su hija. María, entre sollozos y desde los brazos de Johannes, se encargó de decirles que al menos físicamente se hallaba bien.

―El señor Hay le salvó la vida ―respondió el investigador.

―¿Pero cómo está él? ―se apresuró a decir Edward―. ¡En su nota decía que su situación era delicada!

―Me temo que está herido de gravedad ―dijo el hombre―. Recibió un tiro en la parte superior izquierda del pecho, cercano al hombro. En mi experiencia, hay esperanza todavía. Vi el arma de la señorita Dubois y no era de gran calibre. Sin embargo, la herida que le propinó al señor Hay es seria. Solo los médicos podrán determinar si ha afectado algún área vital.

―¡Dios mío! ―Prudence se llevó una mano a los labios, ahogando un sollozo. Se sentía en extremo arrepentida del comportamiento que había tenido con su hermano en las últimas semanas.

―Esperemos que Dios lo ayude en este momento tan difícil ―pidió Anne desde el fondo de su corazón.

―¡Me siento tan culpable! ―exclamó María llorando―. Si no hubiese llevado a Maurice conmigo, ni Greg me hubiese visto en peligro, nada de esto estaría sucediendo...

―El señor Colbert también está herido ―explicó el inspector a la familia―. Sin embargo, señorita, no debe recriminarse así por algo que no es su responsabilidad. Los agresores son los verdaderos culpables. Por otra parte, fue una suerte que el señor Hay y yo apareciéramos allí o es probable que fuese usted quien... ―se interrumpió por delicadeza.

―¡Hubiese preferido ser yo! ―repuso ella con vehemencia.

―¿Pero cómo es posible que la señorita Dubois haya cometido estos crímenes? ―preguntó Johannes confundido―. ¿Y cómo lo descubrieron? ¡Siempre la tomé por una persona de bien! Es cierto que en el pasado no compartí demasiado tiempo con ella, pero los Dubois eran personas muy honorables.

El señor Goron se aclaró la garganta y comenzó a explicar cómo Gregory lo había procurado para que diera con el paradero de Herni y Michelle. Al hablarle de la señora Colbert, recordó que era la hermana de la señorita Dubois.

―Nunca escuché hablar de esa hermana ―reconoció Johannes.

―Aquello le pareció tan sospechoso al señor Hay, que terminamos por ir de inmediato a su residencia ―contó―. Al punto de ver cómo la dama amenazaba de muerte a la señorita. El señor Hay fue más ágil que yo y, cuando vine a percatarme, ya había saltado el muro de la vivienda y entrado por la puerta de servicio. Cuando pude hacer lo mismo, ya la señorita Dubois le había disparado al señor Hay, fue entonces que ultimé a Henri. La señorita Dubois decidió terminar con su vida, y la señora Colbert debe estar ya en una comisaría rindiendo su testimonio. Me temo que será juzgada como cómplice de asesinato.

―Una historia grotesca ―dijo Edward abrumado―. Y tú, María, ¿cómo lo supiste? ¿Qué te hizo ir a allí?

La joven volvió a tomar asiento, apartándose un poco del regazo de su padre y contando lo leído en el diario. La señorita Dubois era la verdadera madre de Maurice, y el cerebro macabro e intrigante detrás de Henri, su madre Bertine y su amante Michelle.

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