Capítulo 5

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María intentó no pensar más en lo que había sucedido con Maurice; él solo había sido amable con ella y era probable que, cuando se hubiese marchado, le explicara a su tía la razón por la cual había tenido que consolarla. Sin duda prefería no estar presente cuando hablaran de Henri. Si bien no se había quejado de aquel hombre desagradable, Maurice había sido muy suspicaz y había comprendido todo. ¿Estaría de acuerdo con aquella relación de su tía? ¿Lo encontraría igual de desagradable que como le había parecido a ella? De cualquier forma, la joven había tomado la resolución de mudarse lo antes que le fuera posible. Lentamente fue sintiéndose mejor mientras se diría hacia la Ópera Garnier, pues no permitiría que lo sucedido previamente afectase un día tan importante para ella: ¡su primer trabajo!

La señorita Preston se alojaba en el Grand Hotel que estaba justo al frente. ¿Lograría contener sus nervios al realizar su primera entrevista? Luego de tomar un autobús de tracción animal, el medio de transporte más común entre los ciudadanos de bajos recursos y de la clase obrera, María se quedó muy cerca de la Ópera.

El Grand Hotel, que había abierto oficialmente en el verano de 1862, estaba influenciado por el estilo del barón Haussmann, con fachada blanca, techo abuhardillado y balcones de hierro forjado. Ocupaba toda una manzana y contaba con ochocientas habitaciones distribuidas en cuatro pisos que ocupaban los huéspedes y uno más para su servicio.

María entró al edificio, en el piso inferior se dirigió a la recepción. La señorita Preston había dejado dicho que la esperara en el Café de la Paix, que pertenecía al hotel, aunque sin duda tenía vida propia. Era un popular sitio frecuentado por artistas, escritores, periodistas y gente del teatro.

La joven se sentó en una mesa, aguardando por la señorita Preston. Al ver que tardaba, pidió un café para amenizar la espera. Un cuarto de hora más tarde de los esperado, una hermosa mujer apareció frente a ella utilizando un vestido verde que realzaba su mirada y la tonalidad de sus cabellos. María se puso de pie de inmediato y la saludó.

―Eres muy joven ―comentó Nathalie echándole una ojeada.

―Es un placer conocerla, señorita Preston ―se apresuró a decir.

―Perdón, pero creía que era otra periodista quien me iba a entrevistar. Incluso asistió a mi presentación en el teatro el fin de semana…

―A la señorita Miller se le presentó un problema de salud y le fue imposible acudir, es por ello que yo…

―Lo siento, pero no voy a permitir que una advenediza me entreviste ―la interrumpió con petulancia dejando a María sin palabras.

―Yo… ―Quería defenderse a sí misma, pero no supo cómo hacerlo. Nunca creyó que su juventud fuese un inconveniente en su profesión, mucho menos tratándose de otra mujer la entrevistada. ¿No podía la diva colocarse en sus zapatos y comprender lo importante que era para ella realizar aquel trabajo?

La señorita Preston iba a dar por terminado el encuentro cuando una persona, que recién entraba al salón, llamó su atención.

―¡Chérie! ―exclamó mientras agitaba su mano efusivamente.

María se volteó con curiosidad para ver a quién la engreída soprano llamaba “querido”. Su rostro se transmutó cuando advirtió quién era. Aunque hacía tres años que no le veía, Gregory Hay seguía siendo un hombre atractivo al que jamás podría olvidar. No había cambiado en lo más mínimo: su cabello color avellana, sus ojos esmeraldas y aquella manera de andar, tan segura, que siempre le impresionó. Pensó que las piernas le fallarían y que caería en su silla abruptamente, pero hizo el esfuerzo por dominarse y apartó de él la mirada. Al parecer, no la había reconocido.

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