Capítulo 32

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María suspiró cuando Maurice correspondió a su abrazo. Quizás fuera su hermano, o tal vez solo un buen amigo. Se resistía a pensar que aquel joven amable fuese un farsante, como decía su tío. Era probable que estuviera diciendo la verdad o, de lo contrario, fuera víctima de un engaño orquestado por Michelle. De lo que sí estaba convencida era de que el afecto de Maurice por ellas era sincero, y que era, sobre todo, una persona cabal.

El muchacho se apartó un poco de ella para mirarla a los ojos, se notaba bastante aturdido, aunque se alegraba de verle.

―He venido a hablar contigo, Maurice ―le dijo María obviando la formalidad―. Ya sé que estás rehuyendo encontrarte con nosotras, pero es preciso que hablemos. ¡Hay mucho que aclarar!

Él asintió y se dejó guiar de vuelta al café donde María había estado antes con la señorita Dubois. Se sentaron en la misma mesa, un tanto nerviosos, aunque fue ella quien decidió romper el incómodo silencio que se había instaurado entre los dos.

―Maurice, sé que discutiste con mi tío y desde entonces te has mantenido lejos de nosotras. Aunque no ha querido decirme la naturaleza de lo que hablaron, sé que la pelea no fue solo a causa de mi prima, ¿verdad?

Él asintió, un poco ruborizado.

―He hecho algunas indagaciones y... ―María titubeó―, creo haber descubierto la razón principal de aquella discusión. ¿Es cierto que dices ser hijo de Clementine? ¿Mi hermano?

El rostro de Maurice se transfiguró, dejando al descubierto todo el dolor que su silencio le había estado causando.

―Sí, María, ¡perdóname por no decírtelo! Yo... No sé qué pienses sobre esto, pero a mí me encantaría ser tu hermano.

Ella le tomó la mano por encima de la mesa y le sonrió con ternura.

―Nada me haría más feliz, Maurice, pero debemos estar seguros. Si estoy aquí es porque creo en tu buena voluntad, en tu honestidad, pero... En fin, necesitamos tener la certeza. De cualquier forma, siempre estaré a tu lado y sé que el afecto que nos profesamos no hará más que crecer en el futuro.

―Muchas gracias, María.

―Ahora dime, ¿siempre lo supiste?

―No, fue poco después que llegaras a casa ―confesó―. Yo sabía que no era hijo de Michelle y su marido, pero no tenía detalles de mi verdadera historia. Sin embargo, cuando te conocí... ―Maurice se ruborizó un poco―. Mi tía terminó confiándome que eras mi hermana, puesto que temió que yo fuera a interesarme por ti.

María se ruborizó también, recordando que ella misma había temido eso en el pasado. Incluso Michelle se había molestado un poco aquella vez que los halló tan próximos, justo después de su primer encuentro con Henri.

―Fue la tarde en que saliste a hacer la entrevista a la señorita Preston ―rememoró él―. Mi tía me descubrió en una situación algo íntima contigo y me pidió que me alejara de ti. Al confrontarla, me confesó que eras mi hermana.

―¿Y qué fue lo que te contó?

―Me habló de nuestra madre, a quien apenas conoció. Supo que ella había salido de su casa y esperaba un hijo. Estaba sola, pues mi padre la había abandonado en ese estado. Unos meses después, la partera que la atendió le llevó a un bebé, que era yo. Le dijo que la madre no lo quería y que, como ella no tenía hijos, tal vez quisiera criarlo como propio. Michelle aceptó, sin saber que era el bebé de Clementine y que había sido arrebatado de sus brazos aprovechando su delicado estado de salud ―le contó―. Al parecer, fue la familia de ella quienes, en contubernio con la partera, le quitaron al niño aprovechando su debilidad. Luego le hicieron creer que había fallecido.

El amor en tus palabras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora