Capítulo 22

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París.

Se esperaba la llegada de Claudine de un momento a otro. María había cumplido con lo prometido e invitado a Maurice a casa. Él fue el primero en llegar. Prudence lo recibió con una amplia sonrisa, imaginando que aquel apuesto joven fuese un pretendiente de su hija. María no la sacó del error en aquel momento, pues no deseaba ventilar las intimidades de los jóvenes frente a ella. Su padre, en cambio, estaba casi seguro de que se trataba de un amigo, y así lo comprendió cuando María le contó que era el sobrino de la señora Colbert.

Mientras aguardaban por Claudine, María le propuso dar un paseo. Las constantes miradas de Prudence la hacían sonrojar, y creía que el propio joven se sentiría mejor no respondiendo a aquel interrogatorio que le estaba haciendo. Pronto, cuando salieron al exterior, se sintieron ambos más cómodos.

Caminaron en dirección a un castaño sentándose en un banco para disfrutar de su sombra y conversar más a gusto.

―Sus padres son muy amables ―le comentó él― y su madre muy locuaz.

María sonrió.

―Así es. Pienso que no se ha percatado de que es a mi prima a quien ha venido a ver.

Maurice se sonrojó.

―A las dos ―reconoció.

―Gracias. Nos hemos vuelto muy buenos amigos.

―Es verdad. María, la señora Prudence no es su verdadera madre, ¿cierto? ―preguntó de pronto.

―¿Cómo lo sabe? ―María no recordaba haber hablado con él de algo tan íntimo.

Maurice se percató de su desliz y se encogió de hombros, nervioso.

―Mi tía lo comentó; no sé cómo lo sabría ella. Imagino que su amiga la señora Bertine se lo dijese. Es por ello que, siendo el señor Hay hermano de su madre, no es su verdadero tío.

―Así es. ¿Y sus padres, Maurice?

―En mi acta de nacimiento reza que soy hijo de mi tía Michelle y de su marido. Sin embargo, desde pequeño sé que ella no es mi verdadera madre. Mi padre la abandonó antes de mi nacimiento, y a ella le hicieron creer que su hijo había nacido muerto.

―¿Pero por qué? ―preguntó María horrorizada.

―Su familia tenía dinero y pensaron que era lo mejor para preservar su buen nombre.

―¡Dios mío! ―exclamó la joven todavía sorprendida.

―Al nacer, en lugar de llevarme a un hospicio, Michelle me acogió como si fuese su hijo. Ella y su marido no tenían, así que en parte yo suplí ese vacío.

―Siento mucho que lo privaran de su verdadera madre, y a ella de usted. ¿La ha visto alguna vez?

―No. Murió algunos años después luego de casarse ―se atrevió a decir Maurice mirándola a los ojos.

―¡Y pensar que jamás supo que usted estaba vivo! Es una historia triste.

―Lo es. Michelle y su marido fueron los únicos padres que conocí; luego enviudó y hemos sido solo los dos hasta ahora.

―Hasta que llegó Henri a su vida ―reflexionó María estremeciéndose al recordar a aquel hombre desagradable.

―Sí. ―susurró él. Sin embargo, la estaba mirando a ella.

Claudine no demoró en aparecer. Dieron un paseo los tres por el bosque y conversaron un poco. María estaba apenada de que Claudine no pudiese ingresar a la Universidad con ella, pero su prima le aseguró que estaba conforme y que al menos una de las dos podría lograr su sueño. Si bien era muy generosa, María hubiese deseado lo mismo para ella. Ojalá que su tío no la hiciera renunciar también a Maurice, aunque imaginaba que, cuando lo descubriese, no le agradaría en lo absoluto.

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