Capítulo 27

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María no podía con tanta felicidad. ¡Se verían de nuevo! ¡Contaban con el consentimiento de su padre! Anne, quien tampoco estaba enterada de esto, no dudó en alegrarse enseguida que lo supo. Al menos las cosas estaban siendo más sencillas para ellos, gracias a la sensatez de van Lehmann quien era, sobre todo, una persona justa. Edward, por su parte, no podía estar más conforme con cómo sucedieron las cosas. Gregory volvía a ser un hombre alegre, de mirada brillante y dueño de su futuro. Estaba enamorado, afanado en salir adelante con un negocio propio, algo que no hubiese esperado de su persona unos meses atrás. Quien conociera a su hermano de verdad, se asombraría con el cambio tan profundo que se había obrado en él.

Esa noche María apenas pudo dormir. Tenía el corazón tan exaltado, que le era difícil conciliar el sueño. Su mente repasaba los acontecimientos vividos esa noche. ¡Cuántas sorpresas le había dado Gregory! No solo había adquirido un hogar, sino también un negocio. Siguió su recomendación en ese aspecto, y lo nombró en honor a ella… La pintura, asimismo, la había impresionado demasiado… Allí, frente a todos, se había colgado como una hermosa declaración de amor.

Debía escribirle a su padre para agradecerle lo que había hecho por ellos; aunque no se tratase de un compromiso en toda regla, ver a Gregory ya era un privilegio. Los Hay, por otra parte, los apoyaban, lo cual haría más fácil esos deseados encuentros. Lo que la había sorprendido sobremanera era que su tío Jacques hubiese estado de acuerdo. ¡Sí que estaba cambiando!

En algún momento se quedó dormida sin darse cuenta. Se despertó con los primeros rayos del Sol, y corrió a desayunar con la familia. Los acontecimientos de la víspera fueron recordados en la mesa una y otra vez con gran entusiasmo por parte de los presentes.

―Gregory me ha impresionado mucho ―volvió a decir la duquesa―. Pienso que tendrá éxito. Sin embargo, lo más hermoso de todo es que su restaurante es, por sí solo, un símbolo de su amor.

María se ruborizó por completo.

―Abuela, estás haciendo sonrojar a María… Sin embargo, tienes razón. Estoy muy feliz por ustedes.

―Greg me contó anoche que mi padre autorizó que me visitara ―dijo la chica con timidez.

―¡Qué bueno! ―exclamó Anne.

―Eso también lo sabía ―contó lord Hay―, fue por eso que no dudé en llevarte a la inauguración del restaurante. No dije nada antes pues mi hermano quería darles una sorpresa. Respecto a Johannes, creo que su decisión ha sido la correcta. Espero que ese compromiso dentro de un tiempo pueda formalizarse.

―Es mi madre la que no está de acuerdo, ¿verdad?

A Edward le era difícil hablar de Prudence en esos términos, pero debía ser sincero.

―Ella es la más renuente ―admitió―. Imagino que ya van Lehmann le haya dicho la decisión que tomó respecto a ustedes. Ignoro cómo lo habrá tomado, pero no creo que pueda considerarse inadecuado que ustedes se encuentren. No hay nada que pueda objetar respecto a esas visitas. Por otra parte, hay mucho de lo que tendrán que hablar, pues la vida de mi hermano ha cambiado en muchos sentidos.

―Greg me prometió que vendría hoy a verme.

―Estoy convencido de que cumplirá con esa promesa. Lamento no poder saludarlo, pues Anne tiene ensayo todo el día y yo iré a acompañarla.

―De acuerdo, se lo diré. Yo iniciaré mi reseña sobre el restaurante. La señora Durand me pidió que la hiciera.

―¡Quién mejor! ―exclamó la duquesa―. Será una reseña escrita desde el corazón.

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Cuando se quedó a solas, María se dispuso a escribir sus impresiones sobre el restaurante. Primero tomó algunas notas en su cuaderno, luego las pasaría en la máquina de escribir. Pensaba asistir a un curso para ser más diestra con ella, aunque en los últimos dos días había logrado escribir con más soltura. Un par de horas después, un toque a la puerta del despacho la distrajo de su ocupación al asomarse por la puerta la castaña cabeza de Greg.

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