Capítulo 34

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Gregory la rodeó con su brazo mientras María colocaba su cabeza en su hombro. Así, unidos en la intimidad de su coche, fueron en silencio durante todo el trayecto hasta que arribaron a su destino. Greg la ayudó a bajar y la condujo hacia la entrada principal del “Le Baiser d´amour”. María se sorprendió un poco, pensó que irían a su casa, pero al parecer su amado tenía otros planes. El restaurante había cerrado ya, pero las luces en el interior estaban encendidas. Greg le dio un beso en la frente mientras la tomaba de las manos en dirección a la mesa más próxima a “El verdadero amor”. El servicio estaba dispuesto para dos personas; la luz de las velas contribuía a crear un ambiente mágico y romántico que María agradeció.

―Imagino que tengas hambre, ¿verdad? Sé que te privé de degustar el buffet de la fiesta.

―Prefiero comer contigo. ―María lo sujetó por el cuello y lo acercó a su boca para besarle―. Dime que no se trata de un sueño…

―Me temo que sí, es un sueño ―respondió él―. Un hermoso sueño.

Él se abandonó a sus besos, con un desenfreno algo peligroso dado que estaban a solas. María se acercó más a él, sus torsos se rozaban, al punto de encender aún más la llama de pasión que los consumía lentamente desde que se volvieron a ver esa noche. Gregory vagó por la espalda de ella con sus manos, luego la sujetó de su fino talle para aproximarla más, sin dejar de besar sus labios. ¡Hacía tanto que no disfrutaba de ella! Apenas podía creer que tuviese a María así, tan cerca suyo, sin supervisión alguna y con toda una noche por delante… Nada más de pensarlo, lo invadía una exaltación deliciosa y embriagadora.

―Aguarda aquí ―le pidió él cuando se separaron para recuperar el aliento.

María asintió, dejándose caer en la silla. Sus piernas no podrían sostenerla por más tiempo. Entonces divisó una botella de champagne que reposaba en una cubeta de hielo. ¡La noche auguraba ser inolvidable! No pudo evitar estremecerse al pensar en eso… Estaba con Gregory al fin, como ambicionaba, y debía reconocer que no tenía miedo. Confiaba demasiado en él, en el amor que se profesaban, y el único sentimiento claro que la dominaba era su gran deseo de estar a su lado.

Gregory no tardó mucho. Regresó con una bandeja en las manos repleta de canapés y bocadillos, una comida ligera perfecta para aquella madrugada.

―Dime que no has estado cocinando… ―Rio ella.

―No, lo siento. ―Gregory colocó la bandeja en la mesa y se sentó frente a ella―. Le he pedido a mi chef que prepara esto para nosotros. Ya se marchó, así que estamos a solas…

Ella se ruborizó, pero solo asintió. Se decantó por probar la galantina de pavo mientras Greg servía el champagne en las copas.

―¿Qué tal el baile? ―preguntó para aligerar el ambiente.

―No fue lo mismo luego que te marcharas…

Gregory le sonrió al darle la copa.

―Disfruté mucho de bailar el vals contigo, pero no quería llamar demasiado la atención así que preferí marcharme pronto y ocuparme de algunos detalles, como esta íntima comida que compartimos.

―Lo imaginé, aún así amé la pieza que bailamos juntos…

Gregory alzó la copa, proponiendo un brindis:

―Por todos nuestros besos de amor ―propuso―, los pasados, presentes, pero sobre todo los futuros besos.

―Por los futuros ―respondió ella chocando su copa, acto seguido la vació casi por completo, haciendo reír a Gregory.

―Mi pequeña golosa… ―le recordó él, haciendo alusión a la estrella del Moulin Rouge.

―Oh, no. ―María se ruborizó de nuevo, rememorando aquellos bailes desenfrenados y sensuales.

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