Capítulo 20

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Ámsterdam, finales de julio de 1900.

El viaje en tren había sido harto desagradable para todos. Por más que Georgie se hubiese esforzado en sacar conversación, James apenas hablaba, y Gregory tampoco. Al llegar a la estación, un coche estaba aguardando por ellos donde venía lord Wentworth. Al ver a Gregory le dio un abrazo como era costumbre en él, lo cual le hizo sentir un poco mejor. Al menos el conde no le guardaba ningún rencor por lo sucedido. Su moral tampoco era la más intachable, así que no se sentía en condiciones de juzgarlo luego de tanto tiempo transcurrido.

Gregory insistió en ir a un hotel, pero lord Wentworth le aseguró que irían para su casa. Llevaban tiempo viviendo en Ámsterdam en donde residían la mayor parte del año. Para ello habían adquirido una casa cercana a la del mariscal, para estar próximos a su hija y nieto. Tras lo sucedido con su marido, Valerie no había tenido fuerzas para continuar en su hogar, así que se mudó con el niño para casa de sus padres. Fue allí donde, en mitad de su crisis nerviosa, terminó contando la verdad para consternación de todos, principalmente de James quien lo tomó como una traición hacia él. 

Sería difícil para Gregory vivir allí, ante una situación tan incómoda, pero lo haría por el bienestar de su hijo y para solucionar la situación de la mejor manera. No podía negar que estaba nervioso, pero se llenó de valor. Georgie, a su lado, le tomó la mano para enfundarle ánimos. Era una gran hermana.

En una casa del barrio de Jordaan, vivían los Wentworth. En el salón principal de la casa los estaba esperando lady Louise, la esposa del conde, quien los recibió con amabilidad. Sin embargo, el sonido de risas infantiles distrajo a Gregory quien se dejó guiar hacia una parte del salón donde jugaban dos tiernos niños.

Nadie le impidió el paso, al contrario, Georgie misma lo siguió hasta allí deseosa como estaba de ver a su hija. Georgette gritó: “mamá” cuando la vio, y su primo miró con interés al desconocido que le observaba conmovido. Gregory se arrodilló a su lado y acarició su cabellera castaña.

―Hola, hijo.

El niño no respondió, pero le sonrió y le ofreció su juguete: un soldado de madera, con su traje militar.

―Gracias, Karl. Está muy bonito tu soldado. ¿Cómo se llama? ―preguntó.

―Greg ―respondió el niño.

―Mi padre se lo obsequió ―le dijo James a sus espaldas, quien también había ido a ver a los niños―. E imagino que le pusiera el nombre.

Gregory se alegró de que James al menos hubiese vuelto a hablarle.

―Es un buen nombre ―le dijo Gregory a su hijo―. Yo también me llamo Greg.

Una sensación hermosa y desconocida inundó su corazón, Gregory se sentó en el suelo a jugar con su hijo y sobrina. Georgette hablaba más, pero sintió que le agradó a Karl al instante, pues no se apartaba de él. Incluso, cuando la nana los fue a llevar a comer, ninguno de los dos quiso marcharse y Gregory tuvo que acompañarla durante la cena.

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Valerie estaba indispuesta, así que no la vio esa noche. Sus padres le dijeron que estaba mejor luego de la muerte de su esposo, pero que su ánimo aún no se había recuperado. Tras cenar, Georgie y James se dirigieron a su habitación mientras lord Wentworth invitaba a Gregory a tomar un licor. Se habían quedado a solas y Gregory, quien había dejado de fumar, se vio tentado a encender un cigarrillo.

―Supongo que la noticia le haya sorprendido sobremanera ―le dijo el conde a quemarropa.

―Sí, pero me hace feliz ser padre, por más que cambie mi mundo por completo.

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