Capítulo 35

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Greg despertó abrazado a ella todavía, la buscó en la penumbra para darle un beso que María devolvió al instante, hundiendo sus dedos en el cabello avellana de él para atraerlo más hacia sí. Él estaba encantado con su desenvoltura, con sus ansias, así que no dudó en acariciar su figura, otorgarle todo el placer que precisaba y refugiarse de nuevo en sus brazos en búsqueda de su ternura.

―¿Estás bien? ―le preguntó él―. ¿Era lo que esperabas?

―Oh, fue mucho mejor de lo que esperaba. Es maravilloso… ―susurró ella antes de darle otro beso.

María recostó su cabeza en el hombro de él, un tanto nerviosa por la pregunta que iría a formularle a continuación:

―Respecto a ti, ¿era lo que ambicionabas? ―La voz que tembló un poco al decirlo. Él tenía mucha más experiencia que ella, que no tenía ninguna. Decepcionarlo continuaba siendo un temor, aunque tenía la sensación de que se habían correspondido a la perfección.

―¿Tienes alguna duda, amor mío? ―repuso él frunciendo el ceño―. No recuerdo haber sido más feliz que esta noche, te lo garantizo.

―¿Es eso cierto, Greg?

―Por supuesto, y sé que, aunque lo preguntes, ya lo imaginas… Hay cosas difíciles de ocultar, el amor y la pasión que sentimos el uno por el otro forman parte de esas cosas innegables.

―Sí, pero…

―A nadie he deseado como a ti ―le respondió él para tranquilizarle―. Me es difícil imaginar qué pudo haber existido antes de esta noche, porque en mi mente yo he nacido para estar contigo. Mi pasado se desvanece en mi memoria, dejando únicamente espacio para lo que somos nosotros. Ahora comprendo muchas cosas, María. Edward acostumbraba a decirme que el matrimonio era maravilloso si amabas a tu compañera de vida… El amor para mí era escurridizo, nunca le creí que en la intimidad pudiese marcar la diferencia estar o no enamorado de la mujer que comparte tu lecho… Puedo asegurarte, querida mía, que él tenía toda la razón y que no tiene comparación alguna cuando al fin te entregas a la mujer que amas. Así que desterremos ambos cualquier referencia al pasado, que para mí dejó de importar hace mucho tiempo. Lo único que deseo, y con gran fervor, estar a tu lado para siempre…

María quedó satisfecha con sus palabras, así que le besó feliz de saberse deseada y amada por el hombre con el que soñaba desde hacía cinco años. Gregory no dejó escapar la oportunidad para comenzar todo de nuevo… María lo revitalizaba e incluso le instaba a continuar. Su perfecta figura correspondió a sus caricias, temblando de anticipación. Gregory besó todo su cuerpo, creando para ellas oleadas de placer que la turbaban a un grado casi insoportable… Debía aliviar aquella sensación de presión que sentía por todo su cuerpo, brindándole la dicha que, a gritos, reclamaba. Greg no dudó en colocarse encima de ella; María abrió las piernas para recibirlo, esta vez fue mucho menos doloroso, así que lo disfrutó desde el principio. Se acoplaban a la perfección, en un ritmo trepidante y profundo que los enardecía, cabalgando hacia las cumbres del éxtasis… Llegaron juntos, jadeantes, temblorosos, pero inmensamente satisfechos. Gregory tuvo de nuevo la previsión de culminar fuera de ella, empapándola con su esencia, pero disminuyendo los riesgos de un embarazo a destiempo.

―Te amo, María.

―Y yo a ti, Greg. Esto que siento es… ―No concluyó la frase, pero él sabía a qué se refería. María mojaba sus dedos, explorando la textura de aquel líquido tan íntimo, muestra de su profunda entrega.

―Baña tu muslo y no tu interior para evitar engendrar un hijo ―le explicó él―. Quiero todo contigo, María, pero es justo que tengas las posibilidades de cumplir tus sueños, incluyendo estudiar en la Sorbona.

El amor en tus palabras ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora