⁰ Viento Negro

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Blair

Comienzo a pensar que arrancar la moto es una misión imposible. Vuelvo a tocar el acelerador por décima vez para comprobarlo. A diferencia de los otros veinte intentos, el vehículo si avanza, y avanza con mucha más fuerza. Tanta fuerza que hago tres cuadras del recorrido sin parpadear y todo el peinado sutil que mi madre me había hecho horas antes termina siendo un revuelto muy similar a un nido. Suelto una carcajada para no llorar y me concentro en ponerme el casco entre mis mechones rubios entrelazados.

Al llegar a la primera esquina de ciudad, me sorprendo con la gran cola de autos que esperan a que el semáforo se ponga en verde. Acto seguido, suspiro impaciente mientras el motor hace su sonido irritante y visualizo mi muñeca, en ella descansa mi reloj, mi reloj marcando que ya es la hora en la que tendría que haber llegado a mi anhelada ubicación.

Sin pensarlo dos veces, vuelvo a acelerar. La moto sale disparada por el medio de la gran fila de vehículos a una velocidad inexplicable. Esquivo a todos con unas maniobras que ni yo me veía capaz de hacer nunca y acepto que, una vez en mi maldita vida, las cosas me están saliendo un poco bien, cuando de pronto...

Semáforo rojo.

Me detengo en seco.

Y mi nuevo mejor amigo también.

—¡Hija de puta! —escucho como puedo la voz de un chico que, en este preciso instante, está sacando la cabeza por la ventanilla de un auto rojo, fuera de sus casillas—. ¡Me haz rallado todo el jodido auto! ¡Vete a la reput...!

Bien.

No les recomiendo tener la música a todo volumen en sus auriculares cuando conducen, y menos si tienen un motor que hace más ruido que una comparsa. Quizás se estarán preguntando el porqué, ¿verdad? Bueno, porque le pueden romperle todo el auto a un desconocido, cometer un delito, ganarse cinco multas y todo sin ni siquiera enterarse. Ja.

Sonrío intentando parecer simpática y me quito el casco para hablar cara a cara.

—Antes que nada, buenos días —me limito a decir cogiendo el casco con fuerza. El moreno que se encuentra en el vehículo de al lado me fulmina con la mirada haciéndome recordar cada una de las palabrotas que me acaba de decir. Respiro hondo, e intentando cambiar mi cara de culo, abro la boca para decirle algo sumamente cordial y amoroso—: ¡¿Quién te crees tú para venirme a decir a mí esa clase de...?!

—¡Eres una imbécil, rubia! ¡Pagarás por ello! ¡Mi padre te asesinará!

Muerdo mi labio intentando mantener la paciencia, rezando que el semáforo cambie su color para no matarlo y terminar presa.

—¡Para tú información no se pueden estacionar los autos en la zona amarilla! ¡¿Quién es el imbécil ahora, eh?! —cuando noto que lo estoy dejando sin habla prosigo, orgullosa—: ¡Imbécil tú que no sabes ni estacionar un puto auto!

Él abre sus ojos como platos.

—¡¿Qué me haz dicho... qué?!

—¡Te he dicho imbécil tú que no sabes ni estacionar un pu...! —dejo mi oración sin terminar cuando entiendo que tengo detrás una patrulla con más de cuatro policías observándome. Pues claro, yo, lamentablemente no lo había mandado a callar. Lo habían mandado a callar ellos. Y ahora la imbécil soy yo por no deducirlo, ja—. Broma, ¿te la creíste?

El chico me mira, dubitativo.

—¿Qué estás dicien...?

La luz del semáforo cambia.

—Se me hace tarde, luego te invito a tomar un cafecito y llegamos a un acuerdo, ¿va? —le tiro un beso a distancia, me coloco el casco de un saque y acelero solo con una mano la moto mientras que con la otra le hago Fuckyou.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora