⁷ Levántate, si puedes

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Zayn

Henry posa sus manos en mi hombro, pretendiendo tranquilizarme. Estoy intentando no mandarlo a la mierda. Todo se vuelve tedioso al no recibir respuestas de su parte. Solo me mira y repite las tres mismas palabras «Zayn» «Rogger» «Hola». Chasqueo la lengua y apreto la mandíbula en símbolo de nervios. ¿Cómo pudo ingresar al ejército? ¿Por qué sabe mi nombre? ¿Quién lo mandó? O aún peor ¿Por qué demonios no está con el soldado que había asignado a que lo vigile?

—¿Cómo demonios llegó hasta aquí? —Se lleva las manos a su sien, disgustado.

No le contesto. Necesito analizar bien a este muchacho. Se encuentra sentado como un jodido animal en la silla de Henry jugando con sus gafas y lamiéndose la mano como un perro.

—No lo sé, pero quédate tranquilo que tengo todo controlado —miento para evitar problemas.

Pienso que nada puede salirme peor justo antes de que lleguen ellos a la oficina y cambien al cien porciento mi idea. Ese Mu... Sushu, Tukushu, o como mierda sea que se llame, ya está aquí con su compañero. El primero atraviesa la puerta fumando un cigarrillo con suma indiferencia y el segundo viene corriendo hacia el refugiado. Se lo ve agitado y con ganas de confesar, pero créanme lo que menos me apetece ahora es escucharlo.

—¡Aquí estás, pequeñin! ¡Pensé que te había perdido para siempre! —cambia la expresión de su rostro al notar que lo miro con cara de «¿Qué carajos?» y recuerda algo—. Espera, ¡no! ¡Yo estaba muy enfadado contigo! ¡Me haz mordido la mano! ¡Mira como la tengo!

—¿Haz dejado a un refugiado a cargo de un nuevo? —Henry frunce el ceño. Tanto que pienso que va a rugirme. La he cagado y lo admito, pero tampoco para mirarme así, hombre.

Mis ojos se desplazan por el panorama hasta llegar a los ojos oscuros de Mushu que buscan en los míos algo de piedad.

—Capitán, podemos explicarlo...

Pipa arruga el gesto.

—¿Podemos? No, morenito. Yo solo he venido a hacer apoyo moral. Ya estoy metido en bastantes mierdas como para que me metas en más.

Henry los fulmina con la mirada y se detiene a observar al refugiado, otra vez. Yo ignoro a las nuevas visitas e imito su acción, mientras pienso en la estupida idea de que, quizás, al mirarlo por más de media hora tal vez aprende a hablar o deja de hacerse el idiota si es que me está tomando el pelo. Porque por si no lo notaron, no soy un hombre de mucha paciencia. No la tengo. No nací con ese don tan bonito, ¿vale?

—Hola —los saluda el refugiado escaneándolos de arriba abajo mientras mueve el osico como si los estuviera olfateando.

Veo la boca de Mushu abrirse con emoción y tengo el instinto de saltar al instante:

—Habla y te corto la polla.

Pasa un dedo por encima de sus labios, haciendo una señal que demuestra que se va callar o que, al menos, lo va a intentar. Le sonrió con sarcasmo y miro devuelta al chico perro.

—¿Quién te trajo aquí?

—Hola.

Y aquí vamos devuelta.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora