³⁶ Cobarde

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Zayn

En el momento que noto que la puerta de mi habitación está un tanto abierta, ya me imagino todo lo que pudo haber pasado con Blair. Maldigo lo suficientemente bajo como para que Lidia no me oiga y la dejo pasar primera sabiendo a la perfección que la de pelo azul no está aquí. Y lo más probable es que no vuelva por un tiempo.

—¿Desde cuándo dejas la puerta abierta? —bromea ella al mismo tiempo que pasa y ojea todo como si lo estuviera escaneando.

No le respondo. Solo me limito al ver el lugar casi vacío. Como si no tuviera vida. Sin ninguna prenda ni rastro de Blair por ningún sitio.

—¿Quieres café, un té, o algo? —la pregunta me sale por costumbre más que por otra cosa, pero por la pinta que trae —como si la hubieran herido ochenta monos con rabia—, supongo que le vendría bien algo caliente.

—Pues un té no me vendría mal, cariño. No me gusta el café, ya lo sabes —Se me tuerce el estómago cada vez que oigo que me dice cariño. Y más si su mano acaricia a la mía mientras lo hace.

—Toma asiento —Le muevo la silla para que pueda sentarse. La silla en la que se solía sentar Blair cuando se metía en mi habitación sin permiso solo para cabrearme.

Lidia obedece y siento una punzada en mi cabeza.

Son incontables las veces que pensé que nunca más escucharía salir algo de su boca. Que olvidaría su voz. Que la olvidaría a ella. Pero a pesar de todo, algo dentro de mí sigue repleto de perplejidad, ¿por qué? Bueno, la respuesta es simple: nunca me imaginé un reencuentro de esta forma. Siempre fantaseé con ella en mis brazos, besándonos sin parar, ambos llorando, yo sintiendo la necesidad de abrazarla, tocarla, sentirla y nada de ello me está pasando. A lo mejor es porque sigo creyendo que estoy alucinando —que vaya, por lo que yo viví es lo más probable—, pero decido creer que mi rechazo es por el shock y me pongo en marcha hacia mi pequeña cocina para hacerle su té.

La caja de bolsas de té ya tiene polvo. La soplo y quito uno de manzana. Caliento el agua, dejo la bolsilla dentro de esta y me dejo caer sobre la encimera, parpadeando lento, intentando caer en la realidad: tengo a Lidia, viva y a mis espaldas esperando un puto té a unos días de que se desate esta guerra.

Regreso a la mesa y se lo sirvo.

Lidia me mira con una ligera sonrisa en sus labios, como si no supiera exactamente lo que está pasando por mi mente en este momento.

—Entiendo lo complicado que debe ser para ti, pero prometo que te contaré todo —murmura de la nada como si mi mayor preocupación sea el por qué está aquí.

La miro fijamente, buscando cualquier rastro de falsedad en sus palabras. Pero no puedo encontrar ninguno. Lidia siempre fue una persona transparente, directa y sincera. Eso fue algo que me atrajo de ella desde el principio.

Sin embargo, no puedo evitar cuestionar su reaparición en mi vida. ¿Cómo es posible que haya sobrevivido al combate? La vi morir en mis brazos, presencié su último suspiro. ¿Cómo puedo estar seguro de que es realmente ella y no alguien que se hace pasar por ella? ¿Eso acaso es posible?

Lidia parece leer mis pensamientos nuevamente y toma mi mano entre las suyas. Siento una oleada de emociones recorrer mi cuerpo al contacto de su piel.

—Zayn, sé que esto es difícil de asimilar, pero tienes que creerme, ¿vale? —habla y comienza a explicar—. Aunque suene raro, estoy viva gracias a los refugiados. Ellos me encontraron en el campo de batalla y me llevaron a un lugar seguro. Me cuidaron y me ayudaron a recuperarme. No sabía si volvería a verte, ellos no me permitían salir, bueno... Joel en realidad no me dejaba salir, pero aquí estoy.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora