²¹ Amigo

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Blair 

No sé en qué momento llegué a estar encerrada en el baño con Mushu, pero aquí estoy, en un espacio demasiado reducido para mi claustrofobia. Me senté en la tapa del retrete hace cinco minutos atrás y lo peor, sin duda, es que ni si quiera sé cómo coño llegué hasta aquí, al nivel de que no estaba enterada de que esta cosa tenía un baño. Estaba tan concentrada en no ahogarme con mi llanto que cerré los ojos y me dejé guiar por el moreno. Solo recuerdo haber balbuceado palabras sueltas que para mí tenían todo el sentido del mundo mientras llorisqueaba en la camisa de Mushu, mencionar a Zayn junto a la palabra «comemierda» más de cinco veces seguidas y escuchar a mi compañero decirme en más de ocho susurros que deje de llorar hasta que vayamos a un sitio más tranquilo porque... ¿los soldados se habían quedado dormidos?

Creo que por eso terminé en el baño.

En fin, lo único que sé es que no tendré más lágrimas para el resto del año. Tengo los ojos tan rojos e hinchados de tanto sollozar que parecen dos pedazos de tomates cherri. Pero miremos el lado positivo, al menos el moreno me dio ropa y ya no estoy empapada.

La primera cosa que siento dentro de mí después de dejar de comer el propio líquido que llevo expulsando hace más de media hora por mis ojos, es miedo. Me da miedo no saber en concreto porqué exploté de esa forma. Suelo manifestar mi angustia por medio de la ira, de hecho, no recuerdo haber llorado más de diez veces en toda mi vida. De pequeña, me llevaba todo puesto y me hacía daño cada dos por tres, y a pesar de ello, se me cristalizaban los ojos pero ni una gota caían de ellos; prefería levantarme del piso, golpear a eso que me había "herido" y le decirle cosas feas hasta que se me pasen las ganas de llorar.

Eso suena más psicópata de lo que pensaba, pero no voy a mentirles.

Siempre estuve tan concentrada en no mostrarme vulnerable que terminé perdiéndome de la magia y de la gracia de experimentar tristeza, de llorar junto a un amigo y un pote de helado o simplemente de oír música deprimente para deprimirte más y creer que vivo en una película de romance trágico en dónde él muere.

Él me observa, parece estar un poco inquieto por no saber cómo ayudarme. Me pasa otro trozo de papel higiénico y, al fin, termino de secar mis lágrimas.

―Gracias ―murmuro con la voz baja. Levanto la mirada del papel que acabo de utilizar para sonarme los moquillos y me quedo sorprendida al lanzarlo al tacho de basura. ¿Desde cuándo está tan lleno de papeles? ¿Acaso...?―. Dime que no son todos míos.

―No son todos tuyos ―miente y hago una pequeña mueca de asco―. Al menos no esos.

―¿Cómo que al menos no esos?

Se ruboriza, gracioso.

―Los tuyos están allí ―Señala su espalda.

Una montaña enorme de papeles con mucosidad y litros de mis lágrimas habita detrás de Mushu.

―Genial ―digo en un suspiro.

Me ve y suelta una carcajada, que aunque intenta que le dé un aire a tranquilidad al momento, solo termina proyectando preocupación. Y lo demuestra al instante al comenzar a cuestionarme cosas. En otra situación me molestaría, pero ahora... ahora solo necesito ser escuchada. Ya no tengo a Viento Negro para hacer mi sesión de terapia y al parecer, guardar todo dentro del personaje de Samuel, ya no es sano para mí.

―¿Qué te ha hecho Zayn? ―Es la primera cuestión que aparece en nuestra conversación.

De verdad me hubiera sorprendido su pregunta si no le hubiera mencionado a Zayn junto a insultos desde que me senté en este retrete. Lo único a favor que tengo es que Mushu ya está al tanto de todo lo nuestro, por ende, solo debería darle una breve actualización.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora