³⁰ Contigo

872 104 32
                                    

Zayn

El camino de regreso fue silencioso, quería darle su espacio para que terminara de procesar todo y que me clavara su navaja si era necesario para que se desahogue por lo gilipollas que fui con ella, pero extrañamente nunca lo hizo, ella se limito a seguirme el paso a un lado mio, respirando hondo en todo el trayecto. Le pregunté más de diez veces si estaba segura de darme otra oportunidad y lo único que puso en palabras fue un "Camina" junto a un movimiento de cabeza que me daba el para seguir avanzando. Tenemos la suerte de tener un ejército enorme por lo que, su falta en el dormitorio, solo la podrán notar sus más allegados.

Cuando llegamos, abro la puerta, la dejo entrar primero y se queda helada.

La cena ya está servida.

—¿Cómo...? —No llega a terminar su oración.

—En el fondo sabía que vendrías.

Fuerza las facciones de su rostro para no sonreír pero lo termina haciendo, avergonzada.

Le había preparado yo mismo Sushi, sus piezas favoritas. En nuestra última noche de historias y charlas profundas antes de la discusión, ella se había encargado de hacerme notar su admiración por esos trozos de arroz y pescado. Quizá no sea el mejor cocinando aquello, pero al menos el gesto está y por culpa de su rostro veo que mala idea no fue.

Vamos, Zayn. Tú puedes.

Gracias —dice por lo bajo.

Aún tiene los ojos hinchados, me parte el alma verla así, me destruye; y saber que es por mí lo hace aún más.

—Es tu casa también —le recuerdo evitando pasarle las manos por detrás de sus hombros como lo hacía de costumbre. No tocarla me duele horrores, pero no pretendo apresurar sus tiempos. Carraspeo mi garganta y vuelvo a hablar—: podemos hacer lo que quieras, comer ahora, descansar y comer luego, ir a bañarnos —oigo lo que digo y me retracto al segundo—: A bañarte. Tú. Tú sola —Joder, esto de la costumbre me afecta locuras.

Se ríe despacito y me encuentro cerca de tocar el cielo.

—Muero del hambre —murmura mostrando en sus ojos también bastante cansancio. Conociéndola, lo próximo que querrá hacer será ducharse y dormir, si es que consigo llegar a ese punto, claro—, ¿te molesta que coma toda sudada? —Estoy seguro que cualquier mujer con la que alguna vez juré casarme, nunca, pero nunca en la vida mencionaría la palabra sudada con comer. Y Blair sí.

Y me sorprende que no me de ni una pizca de asco, en lo absoluto.

—No. Claro que no. Siéntate.

Le extiendo la silla y ella toma asiento mientras mira el plato con ansias. Los siguientes diez minutos son de comer en puro silencio. Puro silencio hasta que ella decide, al fin, abrir su boca:

—Ya no estoy para jueguitos ni histeriqueos, ¿sabe? —es lo primero que tira al aire Blair, casi me atraganto de la sorpresa. ¿Acaso esos diez minutos no disfrutó la comida y me insultó mentalmente?

—No pretendo que juguemos a nada —le explico sincerándome al mismo tiempo que me paso la musculosa por encima de mis brazos. Estoy muerto de calor, joder. Ella baja la mirada. Lanzo la prenda a un lado y me vuelvo a dirigir hacia Blair—: Ya te dije, estoy dispuesto a cambiar lo que sea necesario para hacerte sentir bien. Lo que sea, de verdad.

Me sostiene el contacto visual unos minutos, me mira la boca, regresa a los ojos y se lame los labios.

—Bien.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora