⁹ Tenemos un trato

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Blair

Pasa primero, me abre la puerta y mi boca se amplia por si sola.

Un olor a chicle de menta y a colonia masculina de la fuerte me hace dar una buena primera impresión, pero también hace que me pique la nariz mucho a nivel de estornudar como diez veces seguidas.

La habitación es inmensa, pero tiene lo justo y necesario. Las paredes son blancas, las sábanas de la cama negras y me sorprendo al ver que tiene alguna que otra planta en las esquinas. ¿Él mismo las cuida o serán de plástico? Seguro que son de plástico, sí. Con ese mal humor que tiene todos los días seguro las ahoga mientras las riega de un ataque de ira. En conclusión: es bonita y acogedora. Es muy él, poco color, dice muy poco a simple vista, pero aunque no lo aparenta, es especial.

—Está un poco desordenado —dice el rubio antes de alisar una pequeña arruga que tenía su sábana—, nunca traigo a nadie aquí.

¿Desordenado? Yo ni arreglando mi cuarto mil veces obtendría este resultado.

Miro un poco más el lugar, curiosa, él me observa esperando a que diga algo y eso hago:

—¿Por qué tienes una habitación tan grande para ti solo y nosotros que somos más de cien soldados compartimos un cuatro por cuatro? —Me dejo caer al sofá que acabo de encontrar para relajar un poco mis piernas, terminando la acción ocultando mis manos en mi nuca.

Definitivamente caerme veinte veces a la noche por intentar escalar esa columna no fue una buena idea.

—Privilegios, supongo —murmura mirándome mal— y levántate de mi sofá.

—Déjame descansar un poco, hombre. Esto es lo más cómodo que he tocado en meses.

—Estas asquerosamente sucia —escupe tendiéndome una mano, incentivándome a que me ponga de pie— y mi sofá es blanco.

—Pues ahora será gris —bromeo pero no parece darle ni una pizca de gracia—. Es broma, humor, sarcas...

—¿Le tienes miedo al jabón o qué? —Cruza los brazos mirando mis manos roñosas.

Vale, sí, estoy sucia, pero no porque no quiera bañarme, estoy sucia porque no quiero que me descubran, y el único lugar en el que puedo ducharme, entre muchas comillas, es el lago. Y a ese lago también va él, es decir que también es un descarte asegurado. Aparte digamos que todos los entrenamientos son sobre piso de arena anaranjada que te ensucia el triple. Nada me favorece.

—Oh, sí —hago un gesto graciosillo con mis manos—. No, rubio. No le tengo miedo a un puto jabón, solo no quiero que vean mis limoncitos cientos de hombres.

La mirada de Zayn baja un poco de mi rostro como para comprobarlo y niega con la cabeza. Puedo ver como sus mejillas se sonrojan cuando nota que vi su gesto con mi ceño fruncido, y reacciona al instante:

—Puedes... puedes bañarte aquí, si quieres —me ofrece sin respirar en ninguna parte de la oración como si estuviera nervioso—. La ducha está por allí.

Apunta con el dedo hacia una puerta blanca y yo le sonrío por abajo.

—¿También tienes baño propio? —me levanto del sofá y camino tan cerca de él que mi brazo roza el suyo. Sus músculos se tensan—. Que privilegiado que eres, hombre.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora