⁴⁰ Caos

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Zayn

La mano me arrastra con una fuerza sobrenatural, haciéndome retroceder hacia la oscuridad de la mina. Mi corazón late con fuerza, el miedo se apodera de mí mientras intento desesperadamente liberarme de su agarre. Es una mujer. Una mujer refugiada. Le muerdo el brazo como defensa, mi arma está prácticamente anulada por su cuerpo. Estoy pegado a ella mientras forcejeamos para que no me siga arrastrando a esa ola de enemigos que tengo al frente y en uno de esos tirones, termino con su cuello frente a mis ojos. Tiene un tatuaje de un Yin negro como el de mi collar. Tuerzo el gesto al verlo, y lo hago aún más cuando lo localizo en el cuello de otro que se encuentra atrás de ella, pero gracias al Ave fénix, no me da tiempo a maquinar cuando también los veo a ellos.

—¡Salvénse! —grito, luchando contra la mano que me arrastra inexorablemente hacia la oscuridad.

Mushu y Pipa me miran, preocupados, queriendo meterse en mi intento de secuestro. Lástima que no pueden hacerlo porque otra avalancha viene a por ellos. Y así, como una película de terror, el piso en el que estaban se les cae hacia abajo.

Hasta la refugiada que está luchando conmigo se sorprende al notarlo.

—Joder —zanjo.

La tierra se desliza bajo mis pies, el suelo de la mina desaparece bajo nosotros mientras caemos en la oscuridad. Un grito desgarrador escapa de mis labios mientras me precipito hacia lo desconocido.

Con un golpe sordo, caigo al suelo de la cueva subterránea; al menos ya no tengo a esta mujer colgada como un zoombie se The last of us a mi lado. El aire es denso y húmedo, el eco de mis jadeos llena el espacio. Me pongo de pie en el medio de la nada mientras escucho mi respiración acelerada de fondo hasta que noto compañía. Hay otra respiración cerca de mis pies.

Lanzo una patada por impulso al aire y le doy en lo que parece ser... ¿una cabeza?

Veo poco y nada. Al parecer estos son los túneles de Siria pero se ha derrumbado la arena con piedras que tenían encima por tanto peso y movimiento y se han obstruido los caminos, sacando todo tipo de luz de las antorchas que solía haber a sus costados. Palpo mi bolsillo buscando mi encendedor. Nunca falta allí. Antes fumaba para olvidarlo todo, pero ahora creo que solo está ahí por costumbre. Tengo nuevos problemas que resolver en mi cabeza como para pensar en mi mierda.

Hago luz y la veo.

La refugiada está inconsciente.

Al parecer los golpes en la cabeza debilitan a los robots.

Paseo por el sitio y distingo: otro pasillo oscuro y un hombre del otro bando en el suelo. Ese que también venía a por mí. Al parecer se cayó directo encima de una piedra puntiaguda y esta le dio en la sien. Está sangrando bastante. Me asquea verlo, pero hay algo más allá que hace que me nazca curiosidad por acercarme hacia él y es su cuello.

Bueno, el tatuaje de su cuello.

Paso mi mano por encima de este, parece como un sello más que un tatuajes y, por lo que vi, lo tienen todos los refugiados. Dejo mis labios en dos líneas perpendiculares y suspiro, echándole una ojeada a mi collar. Me quedo un minuto mirándolo hasta que entro en razón: estoy en una guerra. Ja. Estoy en el medio de la guerra que esperé todo el año. Sin equipo. Sin ella. Solo con un arma. Semidesnudo. Y, literalmente, bajo tierra.

Estoy jodido.

¿Pero qué se supone qué tengo que hacer? Son robots. Tienen fuerza inhumana. Ya he visto a Gafitas derribar puertas, romperlo todo con solo una patada, ni me imagino lo que pueden hacer solo con un conjunto de carne, órganos y huesos. Yo entrené para pelear con gente humana, no con androides.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora