³⁹ Auxilio

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Blair

Estoy corriendo a toda velocidad por el árido desierto, siento el dolor punzante en mi vientre herido que me recuerda al ejército. A Zayn, en particular. Rezo porque esté bien en mi mente. Quiero gritar. Desahogarme. Pero si no dejo de avanzar, nunca encontraré un lugar seguro para curarme lo que sea que tenga en el vientre que me está haciendo jadear cada dos pasos.

Ahora, mi daga es la única cosa que me acompaña. Me he quedado sola. Ni Viento negro está conmigo. Absolutamente sola. Sin lugar. ¿Cuál es mi lugar? ¿Lo he encontrado? No. ¿O sí? No, claro que no. Yo no tengo lugar. Soy una idiota por creer que todo esto me estaba saliendo bien. Que había podido ayudar a mi padre, que sabía luchar bien, que había encontrado el amor, que lo tenía todo.

Saco la mano de mi vientre y bajo mi mirada hacia la faja. Está con una mancha roja que cada vez se hace más grande.

Ojalá solo sea superficial.

Como puedo, ajusto más mi faja a mi cuerpo. Cuanto más apretada esté, mejor. Así no correrá tanta sangre y no me moriré.

Suspiro pensando en Mushu, ¿por qué no está aquí cuidándome?

Joder.

Sigo avanzando.

¿Podrán vencer a los refugiados así de desconectados el uno con el otro?

A medida que me adentro en las zonas rocosas del desierto, me escondo entre ellas, sintiendo la mirada de alguien que me sigue de cerca. Eso es imposible, si alguien me estaría siguiendo lo hubiera notado minutos atrás, ¿o no? Bueno, quizá si no estuviera tan metida en mis pensamientos sí me hubiera dado cuenta. Maldición. Corro con todas mis fuerzas, con el corazón latiéndome en el pecho, tratando de alejarme de esa presencia que me acecha.

Apoyo mi espalda sobre una piedra y me obligo a mantener el aire dentro.

Una sombra se cierne sobre mí y siento el frío miedo recorriendo mi espina dorsal. Me escabullo a otra piedra mientras acelero el paso, pero la sombra persiste, persiguiéndome incansablemente. Entonces, en medio de la nada, veo la espalda de un hombre y sin dudarlo lo apunto con mi daga justo en la parte trasera de su cuello, lista para defenderme aunque una de mis manos siga en mi abdomen.

—¿Quién eres y por qué carajos me persigues?

—Hola —su voz. Su voz está aquí devuelta.

No estoy sola.

Él se da la vuelta levantando las manos, inocentón.

No estoy sola porque Gafitas está aquí.

—¡Amigo! —chillo como loca y lo abrazo fuertísimo hasta que él se aparta.

—Daño —arruga sus cejas y mira mi panza, angustiado—. ¡Daño!

—Sí, me han lastimado, pero no es nada, tranquilo, he conseguido escapar y eso es lo que importa —lo tranquilizo—. Y tengo mi daga, así que estamos a salvo —Le muestro el filo, orgullosa.

—Daga —saborea la palabra y se corre un rulo castaño adherido a su frente con sudor a un lado.

El pobre habrá tenido que correr horrores para alcanzarme.

—¿Acaso tú no me tienes rechazo por ser mujer?

—Ser lo mismo.

Sonrío y me pongo a lo importante.

—¿Cómo está Zayn? —inquiero sin pensarlo dos veces y me retracto—: ¿Cómo están todos?

—Peligro —su mirada luce profunda, tajante—. Muertos.

Besos en Guerra ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora