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Las mujeres no le sacaban los ojos de encima y soltaban suspiros al verlo juguetear con Lea.
-¿Te gusta esa cuna, reinita?- preguntó mientras la miraba. Los ojos de ella recorrían todo el lugar, él sabía que era la primera vez que la sacaba de la casa. Suspiró y besó su frente.- La llevo.
Pier comenzaba a acostumbrarse a esa imagen aunque todavía le parecía un sueño, una fantasía.
Tras entrar en algunas tiendas más, él y Pier se pidieron un café. Lea estaba sentada en las piernas de su padre mientras tomaba los sobresitos de azúcar que había sobre la mesa.
-No, pequeña, no te lo metas en la boca.- dijo Pier sacándole el paquete de azúcar.
Lea comenzó a hacer pucheros y Ryan le dio un pequeño juguete que era de ella y estaba desinfectado.
-¿Queres que te ayude a acondicionar el cuarto de ella?- preguntó Pier con tono indiferente aunque estaba nervioso por la respuesta que Ryan le daría. Sabía que él estaba enojado.
-Claro.- contestó el chico de los cabellos negros.
Pier sabía que no le pediría disculpas por haberle gritado, Ryan jamás pedía disculpas.
Lea comenzaba a adormecerse en sus brazos.
-¿Venís a casa?- le preguntó a Pier y este asintió. -Bien, porque es hora de irnos.

Al entrar, Ryan la acostó en su cama, rodeándola con almohadas para que ella no cayera. No le gustaba perderla de vista pero debía acondicionarle la habitación. La idea de no dormir con ella le asustaba pero no podía privarla de una cama propia. La pequeña Lea tendría todo lo que quisiera e incluso mas. Nunca le faltaría nada. Nunca sufriría. Nunca lloraría. No mientras él se encontrara con vida. Ryan viviría por y para ella toda su vida, porque así lo quería. Su pequeña sería una niña por siempre, feliz.
La habitación era la que se encontraba junto a la suya. Las paredes se conservaban aún rosadas como lo habían sido cuando su hermana aún vivía allí.
-Verde.-dijo.- O violeta.
-Creo que tengo violeta en casa.-dijo Pier y Ryan arqueó las cejar dando lugar a una explicación.- Mi mamá quería que la sala fuera violeta. Y ahora es blanca.
Ryan negó divertido y comenzó a desarmar la cama que había pertenecido a su hermanita. Mientras Pier iba a su casa en busca de la pintura, él se encargó de desmantelar esa habitación que tanto le dolía. Cada lugar le recordaba a Maggie. Lo sucedido volvía a su mente. Los gritos restaban en las paredes. El llanto. El llanto de Maggie que ya no era Maggie sino Lea. Y ya no veía el cuerpo de Maggie tendido sobre las sábanas blancas, sino el de su bebé. Su hijita. Su bebé lloraba. Su hija sangraba sobre esas sábanas blancas mientras las muñecas se abrían al aire, dejando fluir la vida a través de ellas.

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