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Nico los divisó con rapidez. Vio como ella amagó con correr hacia él pero su padre la frenó. Frunció el ceño y se aproximó lo más rápido que pudo. La chica extendió sus brazos y él la alzó, haciéndola dar vueltas en el aire y besando su cabeza.
-Vamos.-dijo Ryan, palmeando el hombro de su amigo. Este lo miró y supo entonces que nada había mejorado respecto a la chica de los cabellos colorados.- Creo que todos queremos llegar a casa. 
-¡Larm!-gritó alguien a lo lejos. Ella miró y un chico le levantó su dedo de en medio, acompañando el gesto con una sonrisa sarcástica.
-¿Quién es?-preguntó su padre, apretando los dientes, mientras avanzaba.
-Quiere entrar en los juegos olímpicos.-dijo ella.-Sólo vayamos a casa.
-Caminá, vaga. ¿Cómo queres ir a casa?-rió Nico y su padre volteó a tomarla en brazos como cuando era una beba. La cabeza de ella terminó sobre el hombro trabajado, acunada por su gran mano.-¿De qué me perdí?
-Creo que vamos a tener una larga charla sobre los métodos de entrenamiento implementados por su entrenador.-dijo Ryan, mirándolo con seriedad.
-Papá.-pidió ella.
-No me importa, reinita. Antes sí. Juro que antes sí, pero ya no.
Los tres subieron al auto. Ryan ajustó el cinturón de su hija y ella suspiró frustrada, jamás entendería por qué su padre continuaba haciendo eso. El hombre la miró por el espejo retrovisor y arrancó.
Pensaba en cada una de las palabras que usaría al llegar, en el modo en que le pediría ayuda a ese hombre, en cómo haría que su bebé volviera. Pero, al llegar, un portazo por parte de ella lo desconcertó. 
-Lea.-dijo, entre molesto, sorprendido y confundido. Ella siguió su camino, pisando con dificultad.- Lea, vas a lastimarte.
-Vas a hacer que lo deje, ¿no es así?-preguntó ella, volteando al entrar.
-Hija, entendé que quiero que estés bien. Esto no te hace bien.
-Ya. Paren los dos.-dijo Nico, cerrando la puerta detrás de él.-Se sientan ahora, vamos a hablar los tres.-los dos suspiraron resignados, como si fueran uno la calcomanía del otro.-Ahora.-repitió Nico y ellos tomaron lugar.-¿Qué está pasando?
-El entrenador de Lea es un imbécil que solo le hace entrenar hasta que se lastima. Corre descalza en toda clase de superficies, se extralimita. Vos sabes de esto, decile que no está bien. Ella quiere traer una medalla, yo quiero que ella vuelva.
-Y yo quiero que me digas por qué nunca mencionas a los abuelos, a la tía Maggy, a mamá. No estás, no me decís nada. ¿Qué pretendes que haga? Ya no quiero quedarme sola y... Prefiero que cada uno haga lo suyo y listo.
-¿Qué?-preguntó Nico, mirándola con los ojos bien abiertos.- Lea, no podes dejar así a tu papá. ¿Qué estás diciendo? ¿Con qué clase de capricho queres justificarlo? -se arrodilló frente a ella.
-Papá está viendo a alguien, él está enamorado de alguien.-soltó ella, junto con todas las lágrimas.
-¿Y qué hay de malo en eso?-preguntó Nico, sonriendo con suavidad mientras le apartaba el cabello del rostro, mojado de llanto.
-No quiero ser lo que no los deje estar juntos. No quiero que él me abandone. No quiero que...
-No estoy viendo a nadie.-dijo su padre.
-...lo niegue.-finalizó ella.- Te vi con esa mujer afuera del trabajo.
-Esa mujer,-dijo su padre, recordando de quien se trataba.- es una abogada. La contacté hace unos meses. Estoy buscando un respaldo, Lea. No estoy bromeando con nada de lo que te digo. Sé a quién tenes de entrenador y tengo mucho miedo de que te haga algo. Si quiero que nadie me saque tu tenencia, tengo que controlarme. No puedo ir y  pegarle un tiro, hija, pero puedo hacer que no vuelva a salir de la cárcel nunca más en su vida. -se aproximó a ella, tomando el lugar que Nico le cedía.-Estoy enamorado, sí. Siento el amor más puro y real que sentí jamás. Lo haría todo por ella, es la luz de mis ojos. Es mi bebita, mi reinita, mi Lea. Sos la única persona que voy a amar siempre.
-Papá,-dijo ella, casi sin aliento, dejándose caer entre sus brazos.-no quiero ir a los juegos olímpicos. Pensé que... No importa.
-Tanto lío para esto.-dijo Nico.-Siempre igual ustedes dos. Voy a preparar la cena, traten de no pelear en este tiempito.
-Reinita.-susurró Ryan. Ella alzó la mirada, clavando sus ojos en los de él.- Te amo.
-Yo te amo todavía más, papi.
El silencio lo llenó todo y Lea permaneció un largo rato dormitando sobre el pecho de aquella única persona que había dejado permanecer con ella tanto tiempo. Él solo la miró, como aquella primera vez. Los cabellos rojos le rebelaron la vida que residía en ese interior, pero también le recordó al tono de aquello que corría por sus venas.
Puede que ese fuera el mayor problema de Ryan Larm, después de todo. Mientras más viva sentía a su hija, más posibles muertes acechándola se hacían visible. Pero él no la perdería. Nunca perdería a esa beba que lloraba en una cuna de hotel, ni a esa nena que reía viendo su reflejo, tampoco a la que corría a sus brazos al salir del jardín, o a la que lo llamaba Ryan cuando se molestaba, ni a aquella que le preparaba los mejores desayunos cuando peor se portaba, o se acostaba a su lado y se ocultaba en su pecho cuando tenía malos sueños. No. Se negaba a, en algún momento, dejarla ir. Nunca lo dejaría. Ella no podría hacerlo. Permanecería siempre con él, pequeña, inmortal, sonriente.

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