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Después de que comieron, la música empezó a sonar y ella tiró de la mano de Ryan.
-Papá.
-Yo no bailo, Lea.-dijo él.
-Papá, ta.-dijo ella señalando la pista de baile.
Insistió un largo rato hasta que Pier la tomó en brazos y la llevó a bailar con él. Ella bailaba con todos pero no querían que la alzaran, quería hacerlo solita. Ryan suspiró. Le alegraba que ella quisiera hacerlo sola. No soportaría que la pasaran de brazo en brazo toda la noche.
-Está muy grande.-dije Marie a su lado.
-Sigue siendo mi bebita. No va a dejar de serlo. Me cuesta verla caminando, hablando, moviéndose de acá para ya, haciendo todo sola. Siento que ya no me necesita mas.
-Ella siempre va a necesitarte así como vos la necesitas a ella.
Ryan la vio caer pero ella no volvió a ponerse de pie. Se acercó con el ceño fruncido y ella se desvaneció.
-¿Lea?-preguntó asustado.- Reinita, mirame. Bebé. Hija, por favor no me hagas esto.
-¿Ryan?-preguntó Pier a su lado confundido.
-Algo le pasó a Lea. Se desvaneció. ¿Puede pasar a esta edad?-volvió a mirarla a ella. La abrazó con fuerza.-Lea, mirame. Pier, tiene fiebre.
Marie se acercó al ver la desesperación del joven. Sin pensarlo dos veces, los tres salieron rumbo al hospital. Ryan no despegaba sus ojos de ella y las lágrimas recorrían su rostro. Jamás lo habían visto tan vulnerable. Nunca creyeron que él lloraría alguna vez. Pero ahí estaba, con la beba en brazos, sus ojos estaban cerrados y su vestido la hacía ver aún mas pequeña de lo que era.
Cuando se la llevaron, Ryan rezó. Rezó por primera vez en su vida. Él, que no creía en Dios, que se iría al infierno por sus conductas, él rezó por lo único que le importaba, por su pequeña Lea Larm.

El médico se le acercó con lentitud y mil palabras surcaron la mente de él. No estaba seguro de querer oír qué tenía su bebé. Solo podía imaginarse lo peor.
-Fue su alergia.-dijo el hombre.- La nena es alérgica al chocolate.
-Yo no...
-Está bien. Ahora sabe que ella no puede comerlo. Vamos, está preguntando por usted.
Ryan se puso de pie rápidamente y lo siguió. Al entrar en la habitación la vio sentada en la cama refregando sus ojos mientras lloraba.
-Papá. -lloró ella estirando sus manos para que él le haga upa.
-¿Podemos ir a casa?-preguntó él. El médico asintió y se marchó.
-Acá está papá, Lea. Acá está papá y no va a irse.

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