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Cabellos rojos volando de un lado al otro era todo lo que Ryan Larm veía. Lea no paraba. Tenía las mejillas arrebatada y los labios apretados mientras volvía a intentarlo una y otra vez.
-Reinita...-dijo él, casi en tono de súplica.
-No. -jadeó ella, volviendo a colocarse en posición de largada.
Corrió cinco vueltas a toda la velocidad que sus cansados pies le permitían. Su padre se interpuso y le tomó el rostro con suavidad.
-Lea, es hora de ir a casa.-dijo y acarició el rubor mientras la miraba fijamente.
-Tengo que terminar.-dijo con un hilo de voz y tuvo que apoyarse en sus rodillas con ambas palmas.
-Vamos a casa, hija. Todo va a estar bien.
La chica, ya con quince años, era la campeona en atletismo en todos los clubes que había visitado y, para mayor exigencia, había buscado un entrenador particular. Su padre no estaba de acuerdo con su decisión. Marcos le caía mal. No sólo eso, no lo quería cerca de su hija, pero para evitarlo tenía que aguardar sólo unas horas más a que Nico llegara.
-Dijo que era un desastre.-dijo y se le escaparon algunas lágrimas.-Que nunca iba a poder hacerlo.
-Por favor, Lea. Vamos a casa, tu tío llega en unas horas. ¿No queres ir a buscarlo?-ella no respondió y tendió sus brazos hacia él. La levantó del suelo con suavidad y besó su cabeza.-Vamos a casa, estás exhausta.
-Sé que puedo terminarlo.-dijo ella, agarrando a su padre con más fuerza.-Tengo que poder.
-Sé que sí, reinita. Tranquila.
Caminó fuera del club y la subió al auto, asegurándole el cinturón de seguridad.
-Sólo necesito practicar más.-susurró ella, dejando caer su cabeza sobre el cristal.
Ryan le puso una campera sobre los hombros y acarició su cabello.
-Creo que lo que necesitas es descansar.
-No puedo. Necesito seguir.
-No. Necesitas quedarte en casa unos días.
La chica no dijo nada más y pronto llegaron a casa. Lea bajó sin mirar siquiera a su padre. El hombre suspiró frustrado y fue a cambiarse para ir a buscar a su amigo al aeropuerto.
-Lea, rápido.-dijo él, al pie de la escalera.
-No puedo.-jadeó ella, logrando que le hombre, con la piel erizada y los cabellos en punta, subiera a toda velocidad.-Me duele mucho.
Las plantas de los pies de Lea seguían húmedas, con la carne a la vista y pequeños hilos de sangre.
-¿Otra vez?-preguntó él, caminando hacia el botiquín.-Lea, no quiero que lo hagas más. Te dije que eso no es un entrenamiento sano. Basta. Por favor, basta.
-Dijo que necesito correr sin zapatillas para triunfar. Él es un campeón, papá. -lloró ella.
-Te dejé hacer esto porque te hacía feliz, pero te veo de todo menos feliz.-barrió las lágrimas con ambos pulgares.- Reinita, no te hagas esto. Voy a curarte, vamos a buscar a tu tío y vas a quedarte en casa durante un tiempo. Te extraño. Entre el colegio y los entrenamientos, ¿dónde quedó nuestra familia? Te pasas el día afuera y la noche estudiando. 
-Sólo quiero poder lograrlo. Sé que todos estarían felices si...
-No.-le cortó él, terminando de vendar su pie izquierdo.-¿Queres ir a las olimpiadas y ganar? Bien. Pero cuando vuelvas a casa yo no quiero una medalla, yo quiero a mi hija. Ese es el único premio, la única razón por la que espero esos malditos juegos olímpicos. Quiero a mi hija.
-Ojalá pudiera dártela, papá. Ojalá fuera más sencillo.
Ryan la miró sin terminar de comprender, pero antes de que pudiera decir algo, ella se puso de pie y corrió escaleras abajo, debían ir a buscar a Nico al aeropuerto.

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