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Cuando llegaron todos estaban ahí. Él no podía borrar la incomodidad de su rostro pero, al verla a ella reír y jugar, comenzaba a tranquilizarse.
Lea miraba un libro sobre el pasto y reía. Y su risa le llenaba los oídos, lo enamoraba. Ryan estaba completamente centrado en ella, ignorando el echo de que era su cumpleaños. La pequeña dejó el libro y comenzó a correr con los demás mientras reía.
-Papá. -dijo apoyando sus manitos en las rodillas de él.
Ryan la tomó en brazos y la sentó sobre sus piernas mientras le daba unas papas. Ella estaba roja de tanto correr y su corazón latía rápido.
-Ese no.-dijo él sacándole un platito con chocolates.- Es feo.
-Teo.-dijo ella arrugando la nariz.
-Si.-rió él.- Muy feo.
Ella siguió comiendo papitas y, cuando Ryan la dejó, fue a jugar con los demás.  Al final no era tan malo después de todo. Si ella estaba no era malo festejar su cumpleaños número 24.
-¡Mamá! -gritó uno de los nenes y todos se volvieron al oírlo seguido de varios llantos.
Ryan y Pier se acercaron con rapidez. Lea lloraba. Cristales en el piso provenientes de un vaso roto. Sangre brotando de su bracito.
Ryan palideció. Maggie.
Tomó a su hija en brazos y Pier apareció con un trapo para presionar la herida. Ella no dejaba de llorar. Le dolía y Ryan lo sabía.
Rápidamente fueron al hospital con algunos de los invitados que no querían dejarlos solos.
-Te dije que no me gustaba festejar mi cumpleaños. -dijo Ryan secó, frío.
-Esto no tiene nada que ver. Fue un accidente...
-¿Lo de Maggie también fue un accidente? ¿Qué la encontrara muerta el día de mi cumpleaños fue un accidente?
-Yo no...
-No. No lo sabías. Nadie sabía que ella se suicidó. -gritó con rabia y le arrojó un puñetazo.- No sabías que ella se mató pero si sabías que no quería festejar mi cumpleaños. Y mucho menos quería que Lea estuviera del mismo modo en que Maggie lo estuvo.
Todos guardaron silencio. Pier de levantó arrepentido y se llevó la mano al rostro. El doctor puso su mano sobre el hombro de Ryan y le indicó que lo siguiera. Lo único que lo calmaría sería ver a su hija, aunque no conseguía borrar la imagen de su brazo con sangre de su mente. No podía evitar sentir el temor de que lo de Maggie volviera repetirse. No podía dejar de temer por su pequeña Lea Larm.

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