2 •Renacer•

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Renacer es una de las cosas más difíciles, después de haber tenido semejante crisis, un dolor tan profundo como el que tuve y del que claramente, salí viva. 

Lo primero que detona tu mente y te hace de verdad, desear morir, es el móvil. Los mensajes extensos, los textos cortos, las llamadas perdidas y el típico mensaje de "No sabía que estabas, tan mal"

¡Bendita sea el papel!

¡Basta de aparatos electrónicos!

Cuando se enteran que lo has hecho, como lo has hecho... quieren saber ¿Por qué?

Les genera un morbo imparable, hacen lo posible para conseguir respuestas y no ceden los mensajes, porque piensan que de verdad vas a contestar y abrir tu corazón, como si ellos fueran un gurú del auto ayuda. 

Personas con las que hablaste dos o tres veces, se atreven a enviar un mensaje y opinar sobre tu situación, no puedes si quiera salir a comprar el pan porque te señalan, como si tuvieras un maldito problema mental y si, lo tienes, pero no es necesario remarcarlo. Suficiente con vivirlo en la soledad.

Fue bueno, haberlo intentado.

Lo malo fue fallar.

—¿Quieres café? —la voz dulce y alegre de Jacobo me provoca un susto, mi cuerpo da un movimiento tonto. —¿Qué ocultas que temes? —pregunta y me rio suavemente

—Si, por favor —extiendo mi taza que ya estaba media vacía, el la vuelve a llenar y toma asiento enfrente de mí.

—¿Te gustó como decoré tu habitación? —bajo la taza de mis labios y asiento.

—Siempre he querido una habitación naranja.

—He leído en algún libro de autoayuda que el color naranja fortalece la creatividad y el amor propio, es bueno para una persona depresiva

—No soy depresiva

—Eso diría un depresivo —me rio de verdad y tengo que apartar la taza un segundo, el también se ríe. —¿Tienes algún plan especial para hoy?

—Sobrevivir

—Eso no es un plan, es un estilo de vida —observo como oculta su rostro en su té de lavanda y menta. El los ama, cultiva muchas plantas y desea algún día tener una tienda solo de té. —Tu madre me dijo que no te dejara sola, pero eres mayorcita como para estarte cuidando

—Digo lo mismo, supongo que hare un poco de ejercicio

—¿Aquí?

—No, tengo una bicicleta en algún lugar de la casa, quizás es hora de que le quite el polvo, ¿no? —asintió

—Yo voy a dejarte, quiero ir a mi hogar y regar mi huerta —asentí, lavo rápidamente lo que había ensuciado y se acercó para darme un beso en la frente —Tienes que empezar a considerar la idea de llamarme papá —solté una carcajada

—Ni lo sueñes, Jacobo

—¡Diablos!, al menos lo intenté —escucho su voz alejarse cada vez un poco más, finalmente, el golpe de la puerta. Metí mi mano en el bolsillo, saqué mi pastilla recetada e ingerí una, ninguno de aquí sabe que estoy bajo medicamento.

Supongo que en la convivencia se darán cuenta, pero por el momento será mi secreto y el de mi doctora.

Dejo el café a medio tomar, no puedo consumir tanto cuando estoy medicada, no es bueno verme con una sobredosis de energía y vitalidad, pareciera que la felicidad me brotara por las venas. Subí a mi habitación, busqué ropa cómoda como para salir en bicicleta y luego me digné en buscar el complemento más necesario.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora