24 •¿Pesan más las mentiras?•

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—Esto es muy importante y no estás prestando atención Emma —la voz de Gustavo me produce un dolor de cabeza, llamo a una reunión está mañana por gastos que se harán en las instalaciones educativas y tal parece se programó algo llamado "renovar" que trata sobre la pintura, el arreglo de los bancos malversados por los estudiantes o cualquier otra cosa, no tiene caso... no he escuchado nada de lo que ha dicho los últimos treinta minutos.

Estuve toda la noche ocupada, llorando la muerte de alguien que todavía no muere y hoy he tenido mi primera falta con la doctora colorado, rechace su video llamada.

—¿No se supone que firme un tipo de permiso para esto? —niega

—Lo que firmaste es un permiso para los tramites del banco, la institución es toda tuya y de María

—¿Ella que dijo?

—Misteriosamente no lo he consultado, pensé que podrías preguntarle tu porque no he logrado dar con su persona y como ambas son socias, era lo mejor que tu lo hagas

—Yo no creo que...

—Tienes que comenzar a ser más responsable con estos asuntos y eso interfiere grandemente con tu vida personal —camina por su oficina a pasos tranquilos, acomoda con suavidad el cuadro que tiene con su imagen y se encamina hacia mí. Siento su mano en mi hombro, pero me toca para poner sostenerse de mi y se sentarse en la silla de al lado.

—No me digas que tu también lo sabias —hace una mueca con sus labios y asiente.

—Mi trabajo es saber los secretos de toda la familia —cruzas sus piernas y acomoda su traje —nadie lo hizo porque tenían ganas de ser malos contigo, solo que a veces no sabemos como hacer las cosas bien ¿si entiendes de eso?

—Hablaré con ella luego

—Tienes hasta las dos para firmar o quedará declinado este año

—¿Y que sucede si no se hace?

—Tenemos al inspector que en este caso es una mujer y es un dolor de cabeza, ¿sabes por qué? —elevo mi hombros sin saber —porque tu madre se encargo de que odiara todo el sistema educativo y le tiene un repudio muy notable al instituto —suspiro

—Creí que ya estaban pintando la institución

—Así era, esto es otra cosa más intima en el cuidado —aprieto mis labios y hago un envión para levantarme. Afuera me espera mi madre que, aunque parezca una locura, no se arrepiente de haber abandonado la dirección del instituto y me pareció raro que no insistiera con pasar. Creí que después de perder a su hija, estaría como loca por volver.

Me aferro a mi abrigo.

—Hablare con ella —recuerdo, pero no para él, es para mi misma y mis niveles infantiles. No tengo diez años, tengo casi veinticuatro y no puedo andar por la vida aparentando mucho menos. —Te llamo cuando tenga noticias

—Esta bien —me encamino hacia la puerta —Emma

—¿Sí?

—Todo puede perdonarse y nada es tan grave como la muerte.

¿Todo puede perdonarse? ¿O hay cosas que simplemente no encuentran nunca el perdón de nuestra paz mental? Las palabras me suenan familiares y aunque intento navegar por mis recuerdos, me abraza de nuevo la vida cuando cruzo la puerta de entrada. El auto estacionado de mi madre me produce algo en estomago que bien podría decirse o calificarse como nauseas, quiero vomitar y no sé exactamente por qué. Abro la puerta, la mujer tiene sus manos sobre el volante y tararea una canción que suena en la radio, sus ojos azules conectan con los míos. No puedo verle por mucho tiempo, porque su color me recuerda al dolor y al frio del invierno, aunque hoy estemos en verano.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora