14 •Sorpresas y más sorpresas•

761 85 13
                                    

No es un lindo verano después de todo, no hay un sol que brille tan fuerte y sea capaz de llenar mi cuerpo de energía, aunque intento lo que Jacobo me dice; eso de sentarme en soledad y esperar un progreso en mi salud mental.

No le he dicho a nadie como me siento, apenas llevo un tiempo y cuando me levanto, la miseria me abraza e intento con mucha fuerza no perder la cabeza, tomar mi medicamento y esperar a que surja efecto. Ignoro las preguntas de mi madre, aunque ya sabe que la tía Abigail intento asesinarme y que... María y yo ahora estamos destinadas a un futuro lineal.

Creí que gritaría, que se volvería más loca, sin embargo, dijo que lo esperaba y que no se sorprendía por eso, de Claris podría esperarse todo.

Pero no me ha preguntado lo que pienso yo, que es lo que decido hacer con mi parte, con mis nuevas ganancias. No se nada, Gustavo me ha citado a su oficina y ahora estoy molesta con una maquina expendedora de bebidas que se ha tragado mi maldito centavo y no quiere darme nada.

—Si aprietas el dos varias veces, te lo dará —miro el botón, no lo dudo y hago caso a lo que un extraño me ha dicho. Aprieto varias veces, el sonido de la liberación sucede y me giro para agradecerle.

—Gracias

—No hay de que, está maquina —mete una moneda y luego selecciona lo que va a tomar —tiene sus mañas —aprieta el dos muchas veces y le larga su botella de agua.

—Deberían cambiarla

—Si, seguro —bromea y se aleja de mi posición, me quedo mirándole hasta que se pierde por el pasillo. Gustavo aparece enfrente de mí.

—Pudiste sacar una bebida —susurra, procede a hacer lo mismo que yo y sonríe.

—Si, un joven me ayudo —señale el lugar por donde se fue y el asiento suavemente.

—Debe ser Travis —comenta sin interés y le sigo el paso por el pasillo hacia su oficina. Abre la puerta de su oficina, me adentro y luego cierra la puerta detrás, toma lugar en su gran silla de abogado y procede a marcar un numero en su contestadora, una voz femenina contesta.

—¿Sí?

—¿Puedes traerme los papeles de Claris de Litines?

—Voy —recosté mi cuerpo en la silla, esperé pacientemente a que comenzara con su papeleo y me atreví a dar una mirada más amplia a su oficina, Gustavo conoce a mi abuela desde hace mucho tiempo y es que fue un gran amigo de mi padre. Su sonrisa en esa foto parece muy real, muy viva y gloriosa, sin fingirla. La puerta se abre, pero en lugar de la secretaria, ingresa María.

—Lamento la tardanza —le miro de reojo, Gustavo me comento que ella estaría presente para llegar a un acuerdo de la institución y no tengo planes, ¿Qué planes podría tener? ¡Mi abuela me dejo una maldita fortuna!

—No te preocupes, aun no comenzábamos —asintió, tomo el asiento de mi lado y clavo su mirada en mi rostro, no me quedo de otra que mirarle. Me regala una sonrisa de esas que te reconfortan luego de un día tan horrible.

—¿Cómo estas, Emma? —pregunta en susurro

—Estoy bien, ¿tu?

—Bien —sonríe suavemente, la puerta detrás de nosotras se abre nuevamente e ingresa una señora mayor, le entrega un archivo a Gustavo y luego se marcha. Sin saludar, sin decir absolutamente nada y por su mala energía, deduzco que la ha molestado.

—Emma, esto es tuyo —me entrega un sobre —María —le entrega otro.

—¿Qué es? —pregunto mirando el sobre amarillento por el tiempo, la caligrafía perfecta de mi nombre dibuja una parte de la solapa y debajo de esta, el nombre de mi abuela. Claris.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora