26 •No hay una vela que me guíe•

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Soy un desastre, no sigo leyes fijas en mi vida porque en cuanto siento los labios de la mujer que amo en mi boca, me derrito y me derrito mucho, porque la suavidad con la que besa no me ha sabido a nadie con quien he estado. Nadie tiene el aroma avainillado, la dulzura de su voz o la suavidad de su piel cuando me atreví a tocarla de nuevo. No hay nadie en el mundo que me haga sentir tanto con solo un beso y aunque nuestra situación no este éticamente correcta, no puedo odiarle de verdad. La miro y me desarmo, la beso y me armo.

No tiene sentido; ¿Por qué encontrar estabilidad donde fuimos tan dañados? ¿Por qué la naturaleza humana parecer ser un camino constante hacia el dolor? ¿Por qué le amo de esta forma? ¿Por qué tengo la necesidad de fundirme con su alma?

Quisiera encontrarle una razón lógica a este sentir, el porque sus ojos que ahora me miran, brillan tanto y me siento terriblemente cómoda entre sus brazos. Mientras seguimos recostadas sobre el sillón, el café ha quedado completamente frio y mi boca abandono la suya hace unos segundos para verle mejor, para sentir que no he estado soñando todo el día. Ella no ha dicho ni una sola palabra, ha respetado mi silencio en caricias suaves sobre mi rostro, contorneando mi aspecto, deprimente, seguro. Pero me mira con amor, entonces debe ser cierto todo lo que ha dicho y quizás solo estoy sobre pensando, temiendo al amor que puede llegar a nacer de nosotras.

Su dedo índice contornea el puente de mi nariz, le sonrío ante ese gesto y en su boca se acuna una felicidad inexplicable, ¿Cómo es que llegue a estar en sus brazos? ¿Tan poco me quiero? ¿O el corazón no se rige por sentimientos cobardes?

—Quédate conmigo hoy —su voz suena como un susurro suplicante, mientras recorre el mapa de mis facciones, asiento suavemente y me dejo caer sobre su cuerpo en totalidad. Me envuelve con sus brazos, ya no puedo pensar en nada más que nosotras en esta posición... hasta que recuerdo la verdadera razón por la que vine. ¡Gustavo!

—¡Tengo que llamar a Gustavo! —me alejo de su cuerpo de un salto y descubro que mi teléfono no está en mi bolsillo, ni en la mesita de café. Me alejo de la sala de estar y rebusco entre los bolsillos de mi abrigo. Regreso junto a María, quien se reincorpora en el sillón, atenta a cualquier movimiento mío y le marco, no sin antes sentarme a su lado.

Coloco alta voz.

—¿Qué es? —pregunta

—El te dirá —contesto y en ese mismo instante mi abogado, el nuestro, de ambas, atiende.

—¡Emma! ¿Has podido hablar con María?

—Si, está a mi lado, puedes explicarle de que trata lo que necesitas —María desvía su mirada al suelo, saluda a Gustavo cordialmente y se queda atenta a lo que dice. Dejo de prestar atención, le observo de perfil, frunce ligeramente el ceño y relame sus labios varias veces antes de contestar. Su mano cae suavemente sobre mi rodilla, me da un leve apretón y se gira para mirarme. Veo que mueve los labios, pero no oigo que dice, estoy ocupada admirando cada una de sus acciones y queriendo entenderla, pero comprenderla de verdad. Abrir su cerebro y descubrir que siente, que navega por esos pensamientos.

—Emma —vuelvo en si —¿Qué opinas?

—Que si —afirmo inmediatamente, no escuche a Gustavo cuando me hablaba esta mañana, tampoco he podido prestar atención de nuevo y gira todo en torno a esos ojos profundos que me analizan. Me regala una suave sonrisa y deja de verme de nuevo, para concentrarse en la llamada. En un momento la observo caminar hacia el estante de los libros, miro la pantalla de mi celular y todavía sigue en llamada, toma una hoja y se acerca de nuevo para anotar algo que debería estar enterada, si pudiera reaccionar de este trance.

—Está bien, hablaré con ella antes de que se aparezca —contesta

—¡Que tengan un lindo día! —saluda Gustado antes de cortar.

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⏰ Última actualización: Oct 22 ⏰

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