6 •Zapatos•

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Su mano desciende de mi boca, siento como poco a poco soy liberada y no tardo en hacerme hacia adelante, enciende la luz, y si, ahí está. María Milani.

Recostada sobre la pared como si hubiera estado jugando a los forcejeos y ha quedado exhausta, me mira directo a los ojos, no dejo de mirarla y comienzo a forcejear con la puerta para abrir...

—Tiene el seg... —la perilla se cae y rueda por mis pies, dejo de verla y miro aquel pedazo de metal, esa mierda que no ha estado tan ajustada como debía.

—Mierda...

—Si, eso es una mierda —se impulsa con su cuerpo para recomponerse en su postura y se agacha para levantar la perilla, intenta colocarla, pero es imposible, gracias al idiota que forcejeaba y gracias a mí, estoy encerrada con ella. Observo el reducido espacio en el armario, solo hay abrigos... todos de la abuela.

Dejo la botella de Champán a un costado y comienzo a toquetear los bolsillos

—¿Qué haces?

—Busco algo que pueda encajar en la cerradura —le contesto, pero no hay nada, envoltorios y ¿un condón? ¿Qué hace la abuela con esto?

María se ríe con suavidad, mete su mano en los bolsillos que le quedan cerca...pero no hay nada, caramelos y papeles. Suspiro con frustración, no tengo ni siquiera el maldito teléfono encima.

—¿Traes tu teléfono? —asiente —¡Sácalo, llama a alguien! —le ordeno asustada, siento que un segundo más en este pequeño espacio... con ella, me va a matar, pero en lugar de eso, María suelta una carcajada. —¿Qué te parece tan gracioso? —pregunto molesta

—No voy a llamar a nadie cuando estoy en medio de una fiesta de beneficencia y la cerradura de una armario se ha jodido, ¿estas consciente de que estamos dos personas encerradas dentro? ¿Y sos consciente que soy yo, con quien te has encerrado?

—¡Claro que estoy consciente! —le grito, se ríe de nuevo, está borracha, claro está, si no, no estaría tomándome el pelo de esta forma. Estaría igual de alterada que yo.

—Tendrás que esperar, Emma, nadie va ayudarnos mientras está la gente afuera, dando vueltas

—No puede ser... —susurro, quiero caminar, necesito tomar aire, pero no puedo porque este pequeño cuarto es literalmente un armario. Comienzo a masajear mi sien, debí quedarme en casa...

¡Adeline te odio!, ¿Dónde carajo estás metida? que no has notado la ausencia de tu hermana menor. 

—¿Por qué te viniste al armario? —pregunta en susurro para no llamar la atención afuera, le miro los ojos, aquellos almendrados y perfectos. Me hinco de rodillas ante ella, tomo la botella y estoy a nada de quitarle el corcho... —¡Vas a golpearme con eso! —susurra exaltada agachándose hacia mí y poniendo su mano para que no suelte su tapón, eso es justo lo que quería, descorcharlo y que salga volando. Su rostro está cerca del mío, las alarmas comienzan a saltarse en mi cabeza, una detrás de la otra e intento alejar sus dedos de la botella pero me lo impide y me la quita.

Con la manga de un abrigo envuelve el pico y tira hacia arriba, así evita que yo cometiera un accidente. Me la devuelve, se deja caer y se sienta enfrente de mí.

—¿Por qué te viniste aquí? —insiste en preguntar, respiro con profundidad y vierto el contenido en la copa que me vacié en frente del idiota de Cristian Martin.

—Tu madre, tu padre, la gente —le susurró —la conversación que no quise tener con Cristian Martin

—Oh... también intenté evitar la conversación con Cristian —hundo el borde del cristal en mi boca y me deshago de media copa... —¿Mi madre te ha dicho algo? —negué

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora