10 •Eres real•

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Despierto.

Son las cuatro de la mañana, después de la pelea con mi madre no pude hacer otra cosa que irme a mi habitación y esperar con impaciencia un nuevo día. Discutir con ella solo podría empeorar las cosas, Adeline no pregunto al respecto y Jacobo tampoco tenía ganas de salir, creo que mamá decidió agarrárselas con él. Estiro mi mano para tomar mi móvil, la pantalla me ilumina la cara y cierro los ojos por un momento para acostumbrarme a la luz.

La abuela me había dejado un mensaje, quería verme hoy en la mañana cuando despierte y me invitaba a desayunar.

Tiro el teléfono en la mesa, refriego mi cara con tanta brusquedad que suelto un pequeño quejido de dolor y es gracias a los anillos que llevo como decoración. El sueño ya me ha abandonado por completo, me levanto de la cama sin mucho esfuerzo y bajo las escaleras con rapidez, pero intento no hacer sonar la madera. Sostengo mi zapatillas con fuerza, no quiero despertar a mi madre, me escabullo por el living y me quedo congelada cuando descubro el cuerpo de Jacobo descansar plácidamente sobre el sillón. Trago saliva.

Dos pasos más con suavidad hacia la puerta, se va a despertar y ¿Cómo hago para explicar lo que estoy por hacer? Tomo las llaves de la puerta, comienzo a deslizar el pasador con tanta suavidad que me lleva una eternidad, hasta que finalmente llego al final.

Mis dedos encuentran el picaporte, contengo el aire y abro la puerta. El viento fresco de la noche llega a mi cuerpo, Jacobo ni se ha dado cuenta de que la hija de su pareja se está escapando a puntillas de la casa.

Finalmente, cierro de nuevo ya con todo el cuerpo fuera y procuro introducir la llave para cerrar, con mucho cuidado de no despertarlo ahora que no lo estoy viendo.

¡Libertad! ¿Y ahora qué?

La calle está vacía, no huela si quiera una mosca y al menos sé que Belleville no es un lugar inseguro, nadie va a robarme o intentar lastimarme... solo voy a caminar. Meto las llaves de mi hogar en el bolsillo de mi short y comienzo a caminar, sin rumbo aparente, agarro la calle izquierda y bajo por la acera con delicadeza. Brooke no está disponible, si voy hacia su hogar lo único que podría adquirir sería un notable enojo de su madre y el suave "vete a tu casa, Emma"

Y ciertamente es lo que debería hacer, irme a mi casa, taparme y volver a dormir. Pero no quiero hacerlo.

10 minutos más caminando y llego a una estación de servicio, me adentro, tomo una lata de cerveza y voy a la caja para pagar. El chico que está detrás del mostrador me mira, tiene unas ojeras y apenas conecta las neuronas en esta hora de la madrugada.

—Doscientos ochenta

—¿aceptan transferencia? —asiente de mala gana y con su dedo índice golpea el papel que indica su alias bancario.

Espero a que la transferencia se acredite y me marcho cuando el chico se ha asegurado de que he pagado. El pequeño shhh del gas en cuanto la abro es música para mis oídos y no debería ingerir eso, pero...

El primer trago me hace sentir mejor

—No deberías tomar eso —un hombre con un aspecto un tanto deplorable

—¿Por qué no debería, papá? —pregunto con ironía, blanque sus ojos y mete la mano en su bolsillo para darle dinero al muchacho que está llenando su tanque.

—Seguramente a tu papá no le gustaría que su hija este en una gasolinera a las cuatro de la mañana y bebiendo una cerveza de pésima calidad —elevo mis hombros

—Le preguntaré cuando consiga una ouija—niega con su cabeza, pero al menos deja de hablar y se retira sin decir nada más, de pronto el hombre se me hace conocido y sigo con mi mirada su vehículo. Yo... lo he visto, en algún momento de mi vida lo he visto.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora