22 •Mentiras•

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Pasamos el portal de casa, Lolo pasa corriendo hacia la cocina para abrazar a mi madre que está sentada bebiendo una taza de té y le sigo el camino mucho más lento de lo normal.

—¡Mi niño! —exclama mi madre muy alegre, besa su mejilla con ruido y sus ojos se despegan de el cuando me ve en la puerta, los ojos de Margaret Forniet son idénticos a los de Laureano, iguales a los de Adri y Adeline. Heredaron todo de ella, su tono de piel, las pecas en las mejillas, los ojos y la forma de los labios. Adri a heredado algo más y no se de cual de los dos proviene; la traición. —Cariño —nombra mirándome, hay una leve preocupación en su rostro y lo noto por como frunce su ceño. No puedo contestar, no puedo gritarle a la cara que ella sabia la puta verdad y no me lo dijo.

¡Me ocultaron la existencia de mi sobrino!

¡Me ocultaron quien era su madre!

—La tía Emma me ha dejado traer mi dinosaurio abuela —comenta, se desliga de los brazos de mi progenitora y se acerca a los míos para tomar su muñeco, no hago ni el esfuerzo de sostenerlo, en cuanto toca el muñeco ya es completamente suyo.

—¿Fuiste tu a buscarlo? —pregunta frunciendo su ceño

—¡Si abuela te dije! —exclama el niño y eleva el peluche para ponerlo enfrente del rostro de mi madre, pero ella no está prestando atención, me mira y yo no quiero verla más.

Me giro sobre mis pies, dejo la mochila de Lolo encima de una mesita al lado de las escaleras y subo cada escalón con el vacío más grande que he tenido este ultimo tiempo.

—Emma —llama a mi nombre en susurro, como si no quisiera que bajara...

—Le mostré la foto de mamá y la tía hizo cara de asco —Lolo le confirma mi incomodidad disfrazada de silencio.

No se como explicar este sentimiento, tengo dolor en el centro de mi pecho y siento que he explicado este sentir muchas veces con mi psiquiatra, pero no se comprara con cualquiera de los otros, con nada de lo que he vivido, se siente terriblemente horrible. Mis deseos por meter mi mano en mi pecho y arrancarme el corazón crecen... también quitaría mis ojos para no tener que ver sus rostros nunca más en mi vida y estropearía mis oídos para no escuchar sus voces, sus explicaciones de como tuvieron sexo, tanto que concibieron un hijo.

Me tiro sobre mi cama, cierro los ojos y no puedo evitar las lagrimas que me caen, estoy destruida, sufriendo demasiado para mi gusto. Meto mi mano en el bolsillo, necesito mi estúpido teléfono y llamar a mi psiquiatra ahora mismo, esto es una urgencia casi parecida a colgarme de las escaleras de nuevo y lo único que quiero es...

—¡Papá! —tiro el teléfono sobre la cama, me levanto tan rápido como puedo, abro la puerta de mi habitación y bajo las escaleras a la velocidad de la luz. Mi madre, que es una mujer muy rápida, toma del brazo a Laureano y se lo lleva hacia el patio casi a las corridas, solo basta un segundo para que estampe mi puño contra el rostro perfecto de Adri.

—¡Con María! —le grito enfurecida, él ni siquiera pone las manos y al segundo golpe que impacta contra su ojo, se tambalea hacia atrás.

—Emma, espera —susurra intentando recuperar el aire, aire que a mi también me falta y me hecho a llorar de inmediato.

—¡Podías acostarte con todo el mundo, pero no con ella! —la ira es total, las lagrimas no paran de ceder y cuando intento golpearle de nuevo me detiene con su mano, descubro que también está llorando... pero a el no le han roto el corazón, a el no le han quitado lo único por lo que volvería a vivir a este pueblo de mierda, por lo único que valía la pena regresar, a el no le han quitado nada, porque el ahora lo tiene todo. —Con ella no podías... —con la mano que no me sostiene le golpeo el pecho

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora