9 •Consentimiento•

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Llego a casa a las 15 de la tarde, mi madre no está y Jacobo parece haberse tomado un día fuera de nuestro hogar. La casa se ve marchita, aburrida y sin vida. Me tiro sobre el sillón, hay algo presionando en mi garganta y trato de retener ese sentimiento con toda mi fuerza de voluntad. Pero el dolor es tan punzante que me doy cuenta que tengo ganas de llorar, son las lágrimas tragadas por sensaciones no procesadas y pienso en los ojos de María. No puedo negar la sensación, aunque pasen años o toda una vida, aquel sentimiento seguía golpeando mi corazón. Muerdo mi labios para ocultar un sollozo, miro la casa con determinación y me siento fuera de lugar, soy como un accesorio que no tiene lugar. 5 años fueron suficientes para no sentirme correcta o con los pies en la tierra.

Una lagrima, una sola fue la valiente y rodo por mi mejilla con tal velocidad que no pude detenerla. El sonido fue estruendoso, la gota golpeando la cuerina del sofá y una vez que llovió una, comenzaron a llover miles.

¿Qué diablos me está pasando?

Deslizo ambos dedos índices por la parte baja de mi lagrimal y retiro las lágrimas, la Dra. Colorado dice que no debo hacerlo. Pero a veces siento que ella no me entiende en verdad. No quiero llorar cuando me desbordan los sentimientos, supongo que nadie quiere encontrarse en ese estado de vulnerabilidad y decaer. Me levanto del sofá, subo las escaleras con cuidado, sin hacer mucho ruido y batallando con las lágrimas que siguen brotando.

En el último escalón me topo con unos ojos azulados, los más oscuros y profundos que me han mirado, más pesados que los de Adeline. Su mirada es vacía, sin vida y desgastada, su pupila se dilata a tal punto que pareciera que va a consumir toda su mirada. Parpadeo con sequedad, esté momento esperaba que no llegará y aunque le mentí a Adeline, diciendo que no me molestaba que él no me hablara, me molesta. Me duele porque agranda su dolor y minimiza el mío. Entreabre sus labios, finos y perfilados, la barba rubia, casi castaña, se incomoda.

De su boca, no sale ni el más mínimo sonido y me abstengo a decir algo, es mucho más difícil de lo que pensé, respiro con profundad y continuo mi camino hacia mi habitación, dejando a Adri, detrás. Solo y confundido.

¿Puedo sentirme mal por no intervenir?

No, claro no, no me apetece hablar con él, pero me preocupa que me haya visto con los ojos enrojecidos y las lágrimas desbordando mi rostro. Le dirá a mi madre.

Y encontrar las palabras justas para explicar mi situación es... complicado. Cierro la puerta de mi cuarto, pero apoyo mi cuerpo en el para oír del otro lado los pasos de Adri, se acerca y por la sombra de la luz del pasillo, noto que está ahí, luchando para saber si debe o no debe tocar la puerta. ¿Por qué le cuesta tanto abrirse a mí? ¿Y porque me cuesta tanto abrirme yo con él?

Finalmente, se aleja y me dejo rodar por la puerta al suelo. Escucho que baja las escaleras con rapidez y seguidamente el portazo de la puerta de entrada, algún día de estos, dejara de funcionar.

No sé en qué momento me quede dormida, ahí, justo en ese lugar y en el suelo. La espalda me duele, la mala posición de mi cuello me ha dejado consecuencias y no podre mirar con rapidez hacia la derecha. Por la ventana de mi habitación distingo el color oscuro de la noche, esta todo apagado y una suave brisa fresca mueve las cortinas.

Me levanto, enriendo mis manos en el picaporte y fregó mis ojos con cuidado, mientras camino hacia las escaleras. Mientras voy bajando distingo la voz de mi madre.

—Es blanca, de cabello castaño y mide uno sesenta... —frunzo mi ceño en cuanto aparezco en la cocina, los ojos azulados de Margaret me miran con sorpresa y suelta el aire que tiene contenido en sus pulmones —no, deje, ya apareció —corta la llamada y corre hacia mi cuerpo para apretarme con el de ella —Emma —mi nombre sale tan desesperado, su rostro se hunde en mi cabello y aun sigo dormida como para procesar lo que dice o si quiera corresponder su abrazo

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora