15 •¿Quien es el?•

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—¿Tengo que asustarme? —pregunta en susurro, observo que hemos llegado al pequeño establecimiento y niego, no voy a decirle nada, ella se enterará cuando la lea.

—Luego lees la tuya —contesto, asiente completamente rendida que no diré nada, no voy hacerlo, no me corresponde, le corresponde a mi abuela muerta que escribe cartas en hojas viejas y doble las hojas en cuatro para luego colocarlas en sobre pequeños. No pierdo el tiempo hablando con María, me bajo del vehículo y camino con rapidez hacia adentro, no oigo sus pasos, es más lenta o más tranquila, no lo sé. Dentro ya se ha formado una pequeña ronda de trastornados, ya los conocemos y sabemos sus capacidades mentales, Teodoro levanta su mano dando un saludo a distancia, está hablando con un hombre. Otro más del centro.

Tomo asiento, segundos después María decide sentarse a mi lado de nuevo y lleva sus manos a sus rodillas, nerviosa, me mira tan fuerte que espera que la mire.

—¿Qué? —pregunto en susurro mirándole

—Nada, solo que a veces me cuesta creer que eres tú.

Sentí la presión de algo almacenarse en mi garganta, punzar con fuerza el interior de está y provocar que se me dificulte el poder hablar, ya no le miro, no puedo mirarla. Centro mi mirada en Teodoro que ha dejado de hablar con el hombre y se encamina con cuidado a su silla, nos da una mirada rápida a cada uno de los presentes y comienza.

—En el encuentro del día de hoy quiero que bailemos...

—¿Es enserio? —una de las alcohólicas me ha quitado la pregunta de la boca

—Nada en este centro es enserio, vamos, ¡Animo! —se levanta con la alegría floreciéndole de la punta de los pies y camina con saltitos descontinuados hacia el gran equipo de música. —Escojan una pareja

No bailo, desde hace mucho tiempo y la música ha dejado de tener un efecto de alegría en mi cuerpo, se sentía vacía, fingida. Por los parlantes del salón comienza a sonar una melodía que no conozco, es esa típica música de iglesia que ponen para animar a la gente, pero en ingles y con un cantante decente. Observo la descoordinación de todos quienes bailan, es genial notar que aquí si hay gentes que quiere intentarlo y salir adelante. Un hombre se lleva la mano de María, acepta y sonríe, como si se conocieran de toda la vida y se la lleva al medio del salón, se ríe, le da vergüenza y sus mejillas se ponen tan rojas que tiene que mirar hacia otro lado. Es una mujer, es tan humana y está tan viva, con esperanzas, sueños, hay todo un mundo en su cabeza.

—¿Bailas? —la mano fuerte de Teodoro se estira enfrente de mí, niego, no quiero y estoy completamente segura de que nadie de aquí quiere verme bailar. —¡Vamos, Emma! Tan mal no puedes hacerlo.

Soy tirada hacia el frente, golpeando mi cabeza son su pecho y sus manos se aferran a mi hombre con cuidado de no lastimar y obliga a mis hombros a moverse, me siento de madera, como la tabla de un armario o una mesa, de esas que ponen en navidad cuando vienen todos los primos y ya no alcanza la mesa. Me toma de ambas manos, me guía con movimientos demasiados enérgicos y mueve mis manos al compas de la canción, el tiene ritmo... digo debe hacer esto todos los días.

—Baila o te acuso con Colorado. —amenaza le miro

—Eso no es muy ético

—¡Baila! —exclama alegremente y me obliga a mover el cuerpo por fuerza mayor, no soy para buena en esto, no bailo y no tengo movilidad en el cuerpo, estoy literalmente saltando con el y moviendo los hombros. La canción termina, se cambia y esa si la conozco. Puedo moverme con más libertad y más acorde a la música, Teodoro sonríe, pero me suelta y me deja bailando sola, se marcha a socorrer a otro humano, pero cuando estoy apunto de bajar las manos, alguien más la toma.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora