11 •La muerte•

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En medio del abrazo, el silencio reconfortante de saber que todavía, una de las tantas chispas sigue encendida y que el latir del corazón se le atribuye un nombre, María. Simplicidad a cualquier hora, ¿Cómo no permitirle sentir? Si tengo en frente de mí, la primer persona que ame y después de todo lo que tuve que pasar, se siente raro, pero no deja de ser real. El recuerdo tan vivida de su presencia enfrente de mí, no deja de ser una película repetitiva en mi memoria y luego el enojo de mi madre, pero a la vez la voz tranquilizadora de Jacobo, intento calmar sus nervios. Es que no entiendo, ¿Por qué le molesta tanto? ¿Qué tiene contra ella?

—¿Cómo está tu abuela, Emma? —la voz de mi doctora parece cobrar una vida, me quita del mundo mental en el que estoy desde que me levante y la pantalla se ilumina un poco más.

—Esta bien, mejor, pero... ¿Por qué me citó?

—Teodoro me comento sobre tu presencia en la reunión —desvío la mirada, entiendo que va a regañarme, ella lo sabe todo, es como un tipo de lectora mental o tiene algún super poder que hace que todo sea más visible, sabe todo, es el todo —y tu ausencia, no has vuelvo a ir y quiero saber por que

—¿No se supone que hablaríamos sobre eso, cuando regresara de vacaciones? —asiente

—Si, pero no has seguido con lo que pedí, Emma, eres una joven inteligente y capaz, necesito estar segura que la medicación no está mal

—No está mal y no tiene nada que ver con mi ausencia al grupo de ayuda —escucho la puerta de entrada golpearse, seguido después las escalera, no es mi madre y no es Jacobo, el habla y grita su presencia. Es mi hermano. —Le prometo que asistiré, solo estoy pasando el verano

—Aja —achina sus ojos, de fondo puedo vislumbrar la ventana y luego la playa, el mar, la tranquilidad. También lo necesito, Dra. Colorado. —ve a la reunión, Emma, de lo contrario me tendrás el miércoles golpeando tu puerta y no quiero ver a tu madre, así que hazlo —asiento. Se despide alargadamente, detrás puedo oír la voz de su esposo, finalmente decide que ya debe irse y cierro la laptop. Cuando volví a vivir aquí, la parte más difícil de la terapia seria seguirla vía web, a ella no le gusta esa forma, pero debido a la distancia iba a tener que ser así hasta que consiga quien trate mi locura.

—¿Emma? —me giro para ver el rostro de Adeline detrás de la puerta, creí que estaba trabajando.

—¿Sí? —a duras penas me levanto de la silla y el dolor de mi cabeza es insoportable, muy doloroso para a penas comenzar la semana. Sus ojos azulados están intensificados en una extraña sensación de melancolía y se acerca a mí con un poco de dificultad. Cada una de las alarmas corporales que me han colocado en mi cuerpo, comienzan a alterarse y Adeline aprieta sus labios con fuerza.

—La abuela... —aprieta sus manos con fuerza y me indica que algo no está bien, dos pasos más y tengo su cuerpo cerca del mío, sus brazos dando presión en mi cintura. De mi boca no puede salir nada más que un suspiro, procedente de la fuerza que ejerce y lo único que puedo intentar hacer, es alejarla un poco. No entiendo, la abuela... ¿la abuela qué?

—Adelina —susurro —¿qué paso? Anoche estaba bien y mejorando

—Su corazón no lo soporto, falleció está mañana

Eso necesitaba, escucharlo, saber que tan real era y en qué grado me encuentro para soportar el dolor, sin embargo, no solté ni la más mínima lagrima. Como si esa persona me fuera indiferente, y no lo era, dios, era mi abuela... si, una señora con la que no hable durante cinco años, pero en mis venas corría su sangre. Ella fue parte de mi vida. Pero ante la ausencia de la lágrimas, que para este momento son necesarias, me dedique a consolar a mi hermana, Adeline parecía necesitar más contención que cualquier otra persona y ahora vendría el duro trabajo de apoyar a toda la familia, ver a toda la familia. Algo que no está en mis lista de quehacer en el verano. ¿Qué tan mal está si me salteo la muerte?

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora