13 •Siguen ahí•

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Continuo con mi camino, pensando en las palabras que mi hermano ha extendido al aire y es claro que eran para mí, me ha mirado. No se lo ha dicho a la tumba de mi padre. Me subo al auto, hay silencio, ambas me miran y es que no hace falta girarme para notarlo. Adeline no espera más y arranca, pero antes, habla.

—Tenemos que ir a casa de la abuela —elevo la mirada

—¿Por qué?

—La tía Abigail quiere que sea hoy la lectura del testamento —frunzo el ceño —y tenemos que ir porque nuestro padre no está con vida —relamo mis labios, me reacomodo en el asiento y deslizo el cinturón de seguridad por mi cintura. Adeline toma mi silencio con aceptación, Brooke coloca su mano en mi hombro y suspira profundamente. Los funerales no me gustan, no se si son sus formas, las personas o el dolor. Muy probable el dolor, aquel tan insoportable de haber perdido a alguien y el eterno vacío que quedara en su corazón. Recuesto mi cabeza en el respaldo, por la radio suena una canción, una muy triste y solo pienso en que todas esas personas que han estado presente, no me han visto soltar ni la más mínima lagrima, pensaran que no la he querido.

¡Pero si lo he hecho, lo juro!

Tengo en mi corazón cada uno de los recuerdos que he vivido junto a ella, sus chistes, sus comentarios inoportunos, los obsequios de navidad, las visitas de fin de semana y el eterno vacío que me dejo durante cinco años. Si, la extraño, pero no puedo expresarlo. Ahora solo me quedaré con el aroma de su ropa, quizás cuando alguien pase por mi lado y lleve su perfume, la sentiré cerca. Cuando escuche una voz parecida, diciendo mi nombre y el corazón comenzará a latirme tan fuerte que sentiré que voy a morir, ahí, ahí estará el cariño que le tengo. Claro que le quiero. Pero por el momento la cabeza no me permite llorarle, no siento que este ausente, se siente más bien como si estuviera de viaje y yo... yo estoy neutral ante ello.

Ya he sobrevivido a la muerte, es la soledad lo que me aterra y la eternidad de verme completamente sola.

Cuando creí que volvería a estar acompañada, sabía que era grande, pero pensé que nos quedaba más tiempo y que el tiempo no sería un devastador. Pensé que la muerte sería más complaciente conmigo y no se la llevaría tan pronto. ¡Mierda! Ella falleció, no volverá.

Murió.

Y todavía nadie ha regresado de la muerte.

Aun espero el regreso de mi padre.

Relamo mis labios, no me he dado cuenta, pero algunas lágrimas se han escapado de mi sentir y han recorrido con libertad por mi mejilla. Dejando a la vista la punta de mi dolor, escondido entre tantos pensamientos y medicamento. No quiero llorar, no en este auto, pero no puedo evitarlo y las lágrimas me corren como si algo en mi se hubiera roto y no puedo detenerme.

—Ella se murió —comente en medio de mi asombro, mientras intento limpiar el agua de su ausencia, de su abandono y es que si, debía morir, pero no ahora, podía hacerlo más adelante. —¡Detén el auto! —exclamo, siento que algo me ahoga, que algo me asfixia y Adeline cumple con mi pedido. En cuanto dejo de sentir el movimiento, quito el cinturón y me bajo de inmediato. Buscando aire, ese espacio parecía contener el mío y quitarlo cada segundo más.

Y como si fuera un tapón de piscina, todo lo que tenía contenido en mi interior fue desgarradoramente arrebatado, ella se fue para siempre. Miro a mi alrededor, tantas personas enterradas y con una vida, y yo, ser insignificante no pudiendo mantenerme con vida, porque temo que, si hago algo mal, decaeré.

Las manos de Adeline se esparcen por mi espalda, su tacto se hace algo magino, me regrese a mi hilo mental y respiro profundamente, me estoy desconcentrado, el dolor me hace pensar cualquier barbaridad. Le miro, el azul está intensificado, sus ojos se ven tan brillante y llenos de vida.

El aroma de las mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora