•twenty-five

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Meilin Lee jamás había sentido náuseas durante su corta vida, jamás se había despertado con el estómago revuelto y mucho menos sintiéndose pegada a su cama, sin poder levantarse o poder responder a los gritos de su mamá desde la cocina avisándole ...

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Meilin Lee jamás había sentido náuseas durante su corta vida, jamás se había despertado con el estómago revuelto y mucho menos sintiéndose pegada a su cama, sin poder levantarse o poder responder a los gritos de su mamá desde la cocina avisándole que ya era hora de despertar, solo podía mirar al techo sin poder moverse. Su cuerpo no quería responder a lo que una parte de ella le decía que hiciera, mas bien estaba atrapado escuchando a otra parte de su cerebro que estaba totalmente en blanco, incapaz de sentir algo.

Su respiración se hacía cada vez mas pesada en cuanto recordaba lo sucedido ayer por la noche, los gritos, las acusaciones, los flashbacks de las caras de su mamá y sus amigos que deseaba olvidar porque la carcomía dolorosamente. Aún deseaba que fuera solo una pesadilla y despertar en casa de Miriam con algún dibujo en la cara o algo así, resultado de la pijamada pero no, era real, lamentablemente.

Ah Miriam... se sentía incluso ilegal decir su nombre. Ella había sido una mala amiga, una mala persona hablándole de esa forma, acusándola y por haber huido en vez de defender a quién siempre había estado ahí, era una cobarde.

Todos esos pensamientos la inundaban por completo, no se había visto pero apostaba que tenía los ojos hinchados porque si, la noche había sido dura y había llorado un poco.

Era tonta, muy tonta, mas que eso. No quería que terminara así, jamás lo hubiera querido de esa forma. No quiso decir lo que dijo pero había estado en pánico sin saber como quedarse o como irse, sin saber qué pensar o decir pero no lastimar a las personas que tanto quería pero había lastimado a una y ahora ella también estaba lastimada con el cuerpo pesándole en su cama.

Mei. Escuchó que tocaron la puerta, ya no sabía hace cuánto su mamá había estado gritando o tocando, había perdido la noción del tiempo pensando. — ¿Estás ahí? ¿Estás bien?

Hizo un esfuerzo y pudo ponerse en una posición más común tapada hasta el cuello en su cama con las mantas. — Sí. — Pronunció secamente.

Lo siguiente que pasó fue que la puerta fue abierta y su mamá entró, ya vestida, limpia y elegante como siempre, Mei solo pudo verla desde su cama y pensar que la única afectada en esa casa era ella, su mamá probablemente ni siquiera lo recordaba, era injusto.

Las palabras de su ex-amiga pasaban por su mente. Esa señora que estaba frente ella, que había sido su modelo a seguir durante toda su vida, en quien posaba toda su confianza, quién se supone que conocía muy bien y amaba y respetaba ¿Ella no podía haber hecho todo eso que había dicho verdad? No era algo que harían en su familia ¿Cómo podía pensar mal de ella? Era su madre, quien la cuido de niña, quién la cuidaba aún, que estaba a su lado todo el tiempo, no podía hacerle daño, tenía que confiar en ella, se lo debía.

Mei-Mei es hora de desayunar, papá está esperando en la mesa, la abuela vino a visitarnos desde Florida ¿No quieres saludarla?

Pero Miriam tampoco podía estarle mintiendo ¿Verdad?

Mamá, no me siento bien ¿Puedo descansar un poco más?

Vio como su mamá fruncía el ceño viéndola seriamente. — ¿Tienes fiebre, resfriado? ¿Es algo así?

No, solo me siento un poco cansada, ya sabes, no dormí bien. ¿Puedo? Por favor.

Las horas de comida eran importantes en su familia, ella lo sabía pero realmente su cuerpo pesaba en ese momento para moverlo hasta la cocina y su mamá pareció entender porque asintió en respuesta.

Agradeció eso pero no pudo evitar sentirse culpable nuevamente ¿Por qué dudaba de alguien que se preocupaba tanto por ella? ¿Era justo?

Está bien, descansa, vendré a verte luego para ver si estás bien ¿De acuerdo?

Asintió en respuesta. — Pídele perdón a la abuela de mi parte por la grosería.

No te preocupes, se quedará aquí en la ciudad por unos meses. Yo les explicaré lo que sucede, ahora descansa.

La puerta fue cerrada nuevamente, escucho los pasos llegar hasta la cocina por las delgadas paredes y como ella le contaba a los demás las razones por las cuales no desayunaría con ellos.

Pero luego simplemente ya no los escucho, una lágrima rodó su mejilla cayendo directamente a su almohada, no hizo ruido pero de repente más lágrimas comenzaron a caer convirtiéndose en un llanto silencioso que mojaba su almohada.
Era un manojo de emociones, desordenadas que no la dejaban en paz, odiaba pensar mal de su mamá y no quería hacerlo pero si ella tenía razón entonces Miriam le estaba mintiendo y ese pensamiento también la hacía sufrir, no podía ser cierto ¿Cómo alguna de las dos podía lastimarla? Había arruinado las cosas, con todo el mundo, se sentía tan culpable, tan tonta.

No existía un gris ¿Cierto? Era blanco o negro, una u otra pero ella solo era una adolescente pequeña, no quería pasar por eso, decidir entre dos personas que quería era estúpido pero por más que pensaba no podía encontrar una explicación lógica que dejara libre de culpas a esas dos personas tan importantes para ella.

Miriam no iba a querer verla de nuevo, la había llamada mentirosa, se había ido, la había dejado, no le había creído, era su culpa.

Y justo cuando pensaba que todo estaba yendo bien. Entre su tristeza tocó su muñeca queriendo sentir lo único que podía conectarla a ella en ese momento, su recuerdo pero no había nada...

Oh no, oh no, oh no.

Se sentó bruscamente en su cama, viendo sus dos muñecas y tocándolas para darse cuenta de que la pulsera que compartía con ella ya no estaba ahí, realmente no estaba.

Desordeno su cama moviendo todo, sacando las almohadas pensando en que quizá podía haberse salido mientras dormía pero nada, su corazón latía desesperado y de repente aguantaba la respiración, era especial, muy especial ¿Cómo podía haberla perdido? Al no verla por ningún lado se levantó de un salto, abrió cajones, reviso mochilas, su ropa pero nada.

No estaba por ningún lado, no había nada, no tenía la pulsera.

¡Mei! Me asustaste. — Entró su mamá bruscamente a la habitación, viendo todo el repentino desorden y a su hija parada en medio de ello, desconcertada, mirando al suelo.
¿Qué pasó?

Su corazón dolía aún mas, suspiro botando todo el aire que había estado aguantando, se rindió, no estaba.

Mamá... — Dijo ella en voz baja abrazándola fuertemente, sintiendo sus piernas temblar y cerró sus ojos con fuerza no queriendo dejar caer ninguna lágrima, fallando en el intento cuando el abrazo fue correspondido.

Mei había perdido la pulsera, su pulsera, la que compartía con Miriam y había perdido su oportunidad de que sean pareja, su oportunidad de tener su primera novia, de compartir su felicidad con alguien que quería.

Pero más importante que eso, la había perdido a ella y eso era lo que mas dolía, ya no tenía la pulsera que era el recuerdo del último avance de su relación así como ya no la tenía a ella.

Había perdido a Miriam.

MOM! || MEIRIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora