Señora Déniz.
Vaya que mi vida había empezado a cambiar este año. Primero este turco aparece en mi vida. Luego, borra de un plumazo toda emoción o rastro de tener a otros hombres y para variar coloniza mi casa, mi refugio y ahora mi cuerpo con sus hijos en camino. Recuerdo haberle pedido a Dios, en un momento que me parecía que el cremoso no debía ni estar en mi vida, que me mostrara el camino real. Lo había hecho en arameo. Claro. Sin querer había enviado una señal al cielo. Una semana después conocía a Kerem. No se lo había contado a mi precioso turco endemoniado. Él también era lo que había pedido para mi vida. Realmente ya había pensado en dejar al cremoso y esperaba la excusa, que más tarde llegó sola. Era cierto como dijo Kerem, que yo había hecho mi duelo sola antes de dejarlo. Al parecer entendía mejor mi carácter que nadie. Por eso también lo amaba. No me veía como una loca o una rara que es egoísta con su afecto para los demás. Si lo pienso, a él lo dejé entrar y colonizarme por completo con esa sonrisa y esos ojos cristalinos que me enamoran por la inocencia que a veces tienen. Kerem no tiene maldades para nadie. No es mezquino. Bien podría ser un desalmado por todo lo que la vida le quitó y es abierto a expresarse. Sus tías le dijeron, siendo ya un niño sin madre, que debía decir lo que le pasaba, porque de esa manera siempre podría tener ayuda y apoyo. Entendía esos detalles de su verborragia diaria. Era una radio prendida con sus tonos graves todo el día y si había silencio podía ser señal de algo. Kerem es todo un hombre. Es un ser que adoro tener a mi lado. Solo con este hombre y sus múltiples virtudes me casaría. No podría hacerlo con otro hombre de seguro. Todo estaba encajando con ese recuerdo en mi cabeza sobre los cuatro meses pasados. Estaba como debía y con quien debía al parecer. Sonreí en ese pensamiento mientras bajaba las escaleras con su mano en la mía y sus ojos de cielo brillando al mirarme.
Una vez abajo nos recibieron con abrazos y después de saludarnos nos llevaron a conocer al juez de paz que nos casaría. Hablamos con el funcionario, nos felicitó por la preñez y después de unos quince minutos se decidió que la ceremonia que no era larga se haría adentro por la ventisca fuerte que había en la terraza para oficiarla. Esa noche el otoño frente al mar se hizo sentir como no lo hizo durante el día que hubo un sol radiante con brisa suave. Nos ubicamos en el lugar armado por las dudas y la ceremonia se ofició. Estábamos felices y nos comimos la boca frente a todos antes y después de firmar las actas. Si bien lo nuestro pudo haber empezado como una mentira piadosa por un cliente, sí éramos una pareja real y se notaba frente a otros desde nuestro primer beso, que no fue tan borrachos si lo piensan. Además, para muestra sobraba un botón. Dos en este caso con los gemelos en camino. Kerem, después de besarme para afirmar nuestro voto matrimonial legal, se arrodilló a hablarle a sus hijos. Besó mi vientre con cariño y habló en turco. Los demás entendieron lo que decía y me lo contaron para saberlo. Les había dicho que su madre y él se habían unido de verdad ahora y que los esperábamos con amor y esperanzas. Los amaba y cuidaría de todos nosotros. Eso era muy de mi turco endemoniado que a veces hablaba como si fuera un poeta. Le habían sacado fotos que los nietos de Ginés me mostraron. Era una imagen impagable ver a mi precioso en ese gesto con sus hijos del tamaño de una falange. Volvió a besarme para abrazarme con los ojos llenos de nubes. Estaba emocionado y yo también. Solo que por costumbre me contenía más. Soy de cáscara dura. No puedo con mi genio en ese sentido.
Después del evento civil y legal la idea era ir a comer y como ya el doctor Anatolij había dicho, nadie me dejó brindar siquiera por mi matrimonio si no era con agua o jugo de frutas. Tenía hambre y sed ya, pero no hubo caso. Sí, como lo imaginan. Literalmente terminé brindando por nuestra felicidad con jugo de naranja. Una cerveza negra, un poco de gin o incluso un trago como los que adoro con el vermut de color rojo hubiera sido lo adecuado salvo por mi estado. Hum. No. Todo fuera por la salud de mis bebés.
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Mi nuevo socio. Una deliciosa tentación turca.
Chick-LitElizabeth Llane, una empresaria porteña, literalmente se choca en el subterráneo de Buenos Aires a un hombre que hará cambiar su vida. Un joven turco, con sus ojos celestes despertarán la pasión que le faltaba en su rutina diaria. Esta historia est...