CAPÍTULO 18

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Destapando ollas.

Al otro día fuimos primero a la cita de los bebés para sus controles con el pediatra. Les hicieron el test auditivo y el oftalmológico. Queríamos estar en claros que la carga hormonal que yo les di sin saber que estaba ya embarazada no les había afectado nada y el obstetra aconsejó con su hijo de común acuerdo en hacerla al mes y medio de nacidos para ver cómo se adaptaban. Por fortuna salió todo bien. Una vez tranquilos con la sanidad de los bebés por completo decidimos ir hasta el mediodía a la oficina los cuatro. Avisamos a Angelita que íbamos a casa después de almorzar. Quería comer con mi marido y los nenes. Iríamos a ver a Daniel, su amigo gastronómico que por falta de horarios todavía no había podido conocerlos. Él era el amigo que Kerem iba a visitar el día que me vio en el subte. Ese día íbamos al local a verlo. Su madre es la cajera del lugar. Adorable. Siempre me manda con Roque o Daniel un poco de pastaflora. Amo a esa mujer y como cocina.

Llegamos al estacionamiento del edificio por la otra calle y no por Cabildo. Ya al salir para tomar el ascensor nos frenó Abel. Nos informó que había desde temprano al menos una docena de periodistas en la puerta de adelante esperando hablar con Kerem y sobre todo preguntar por su esposa y sus hijos a todos los empleados que los conocieran. Los chicos de mi oficina no hablaron con nadie y huyeron espantados. Más que nada porque a algunos les conocían la fama de tergiversadores que tenían de las palabras y los hechos. Entendimos que el alcance de la maldad de Colette nos había llegado. Bien, decidimos entrar por la puerta de servicio directamente al edificio. Por donde se saca la basura y nadie nos vería por ese elevador ya que ese lo usan los proveedores, la gente de limpieza del mismo edificio y los empleados que cargan el cajero automático que hay en otro piso. Los evadimos, pero si ya estaban apostados no se irían de la puerta del frente. No creo que supieran que el mismo edificio tiene dos salidas. Mandamos a Abel estar atento a recibir una llamada de Perlita avisando que estábamos en la clínica con nuestros hijos atendiéndolos y por lo mismo no íbamos a ir a la oficina. Era preferible desviar y dar una noticia falsa sin mentir, porque si averiguaban donde nos atendíamos tampoco sería mentira porque estuvimos esa mañana. Desde el televisor de la cafetería vimos como Abel daba la noticia a los intrusos de la prensa sensacionalista de Buenos Aires para sacarlos de la puerta. Además, había otras empresas en el mismo edificio y sería perjudicial para ellos semejante despliegue en el frente. Aunque una de las oficinas era una agencia de modelos. De vez en cuando se veía a algún que otro modelito en ascenso paseando por los ascensores haciéndose ver los huesos. Incluso cuando Kerem llevaba una semana trabajando en la empresa lo confundieron con un modelo y quisieron sacarle fotos a lo que se negó. No le interesó. Diré la verdad. Le quedaba perfecto el rol de modelo masculino a mi turquito precioso. Su altura, su contextura y su piel tostada permanente sumada a esos ojos celestes eran algo que vendería de solo sacarle fotos de frente a su rostro de dios porque hasta su nariz era recta y proporcionada. Parecía un vikingo moderno para muchas mujeres. Ni pensar que pudiera ser turco de orígenes ancestrales.

Tuvimos relativa paz en la oficina una vez que hicimos junta con todos los del equipo entero de la empresa. Pedimos hermetismo y respeto con nuestra privacidad. Todos sabían de entrada sobre nuestra relación. No sabían de la mentirita piadosa para Ginés. Era mi peor miedo. Sobre todo, porque también se hablaba de nuestros hijos. Los periodistas preguntaron de todo. A una de las chicas de mi equipo le llegaron a preguntar si estaba confirmado que el mío era un vientre fértil o era de alquiler y por eso Kerem se quedó a vivir aquí casándose conmigo. Para estar con sus hijos. Imagínense la locura de conjeturas descabelladas que hacían para sacar de mentira a verdad todo a cuanto empleado del edificio se cruzaban. Esta chica pobre estaba espantada con semejante afirmación. Les dijimos que cuando estábamos de novios lo blanqueamos y fueron testigos, entonces nadie les mintió a ellos. A otros empleados de los otros pisos, personas que nos tienen vistos nada más, les preguntaron si sabían que estábamos casados o si sabían que había sido la tercera en discordia entre la bailarina y el empresario turco. Lo que me faltaba. Si no era la otra, era el vientre alquilado con el que se casó. Remató cuando pedimos comida para compartir y comimos todos en la sala de juntas con las pizzas del local favorito de Avenida Cabildo. Preguntaron al chico de las entregas si sabía que había un oscuro tema de triángulo amoroso entre sus clientes. Seamos sinceros, ¡¿Qué le importaba al flaco?! Al pobre pibe le importa más que le dejemos propina y listo. Nada de nuestra vida. Lo peor era que, para las dos de la tarde éramos un triángulo amoroso. No una pareja casada genuinamente. Para coronar, Colette se tomaba un vuelo a Chile y su partida estaba llena de periodistas con ella haciéndose la victima ante las cámaras. Diciendo que Kerem le había partido el corazón cuando la dejó por mí. Cuando ni en fotos nos conocíamos. Totalmente de locos. Imagino que nuestra credibilidad realmente se fue al caño con esa víbora como vocera de nuestra relación. Si mi padre viviera ya estaría escuchándolo. Menos mal que ambos ya no estaban para este momento.

Mi nuevo socio. Una deliciosa tentación turca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora