CAPÍTULO 21

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La novedad de Colita.

Para mayo cumplí cuatro meses de gestación. Los primeros tres meses de mi nuevo embarazo los pasé diferente al de los varones. Esta vez no tuve náuseas que compliquen mi existencia demasiado. Solo los mareos. En realidad, quien sufrió las náuseas con la comida fue Kerem. Nadie de nosotros lo podía creer, pero así era. Yo comía lo que fuera y quien tenía el estómago revuelto hasta que cumplí tres meses era mi amado rubio. Solo mi obstetra apoyó la cuestión científicamente. Explicó que hay muchos casos en los que el padre está tan unido psicológicamente a la preñez de su esposa que experimenta los síntomas con ella. Hay casos en los que incluso tiene los dolores o malestares que su mujer tiene. No necesitaba decirme que mi marido estaba compenetrado a la décima potencia con mi nuevo embarazo. Lo tuve más que claro cuando, después de la primera ecografía, de la que salimos con Kerem lloroso por demás, me llevó corriendo a comprar pintura para redecorar la parte donde iría la cuna que le estaba armando él mismo a su hija. El blanco de los muebles unía todo en la suite de los bebés. Él quería darle algo especial además de la cuna. Compró un juguete más que puso en el armario para ubicarlo en ese espacio para Colita cuando lo armáramos definitivamente. Lo cierto es, que cuando pintó la cuna que estaba armando el olor de la pintura le dio náuseas y tuvo que irse a la terraza a tomar aire. Dejamos de comer huevos revueltos algunas mañanas en el desayuno porque yo no tenía las náuseas y vómitos que mi marido sí tenía. Había llegado a bajar tres kilos y un poco más en esas experiencias poco satisfactorias de mi preñez. Gracias a Alá la nena estaba bien en la ecografía. Al notar el embarazo no volví a usar las pastillas para amamantar y no tuve consecuencias hormonales para mi chiquita. Aun no se mostraba su sexo del todo, pero mi obstetra también apostaba con Kerem una comida a que era nena. Se veía hermosa su imagen en la ecografía 3D. Por el tiempo todavía no podíamos hacernos la 4D hasta que tuviera al menos seis o siete meses. Había que esperar. Ya con esa calidad era impresionante verla moverse dentro del vientre. Aún no había pateado y estaba segura que lo haría en poco tiempo.

Llegado mi cuarto mes Kerem dejó de tener mis nauseas. Ya había vomitado demasiado y a veces por las mañanas estaba muy cansado antes de irse a la oficina conmigo y los bebés. Por las dudas manejaba yo. Tenía miedo que tuviera mareos y fuera un desastre en el volante. Al respecto, ocurrieron varios episodios en los que tuvimos que dar explicaciones explicitas sobre las náuseas de Kerem a los clientes de la empresa. Por ejemplo, explicando a nuestro cliente Robledo, el dueño de La Vegana, cuando estando en reunión por los bonos que debíamos dar a los empleados por desempeño, Kerem sintió nauseas al abrir un paquete que el mismo Robledo nos regaló para comer y compartir con el personal. Había traído dos canastas de dulces y salados para todos. El postre tipo tiramisú era mío sin dudas, pero cuando Kerem se tentó y comió una barrita de cereal el desayuno volvió a su boca. Salió corriendo y tuve que explicarle a nuestro querido cliente lo que le sucedía a mi marido con mi segundo embarazo. Entendió perfectamente y recordó que su yerno pasaba algo parecido con su hija embarazada. Ella estaba fresca como lechuga y él vivía con nauseas. No era que le había despreciado las barritas y eso lo conformó con una risita de su parte. Al contrario, Kerem se encargaba una vez al mes una caja entera de esas barritas para comer una como colación cada mañana en la oficina con el café que tomaba. Otro día, en una reunión con la gente de otro cliente nuevo que nos mandó su amigo Daniel, Kerem sintió nauseas al abrir el paquete de facturas que los chicos trajeron. Nada que justo despreciara de nuevo. Solo era el olor lo que le revolvía el estómago. Más si tenían frutas secas, o, crema pastelera. Otra vez salió corriendo de la oficina a su baño y tuve que dar explicaciones. Afortunadamente, la gente entendía una vez que explicaba la situación. Pobre mi turco precioso. Había perdido un par de kilos en esos meses iniciales y había tenido días que se veía ojeroso. Roque se mofaba de mi marido diciendo que parecía mapache de lo ojeroso que llegó a estar hasta que se compuso al irse al cuarto mes de los síntomas. Al menos él solo experimentaba ese síntoma particular.

Mi nuevo socio. Una deliciosa tentación turca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora