CAPÍTULO 26

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Soho y el manti.

Mi fecha probable de parto a mitad de septiembre había llegado y Kerem antes de que me internara me hizo manti. Estaba antojada hace unos días y como él estuvo trabado en la oficina no lo cocinó en la semana. Era demasiado pedirle en esos días ya. Venía cansado, apenas ejercitaba cuarenta minutos en la mañana en el altillo encerrado por ayudarme a darles su desayuno sustancioso a los nenes mientras tomaba el suyo para enseñarles cómo comer en la mesada de la isla y no en las sillitas que les compramos para darles de comer individuales. Los había acostumbrado como si fueran nenes más grandes de verdad. Me explicó que su madre así lo había educado a él mismo. Ellos recibían bien sus enseñanzas y estaban aprendiendo a ser limpitos con su espacio como les mostraba. Kerem no era de mancharse la ropa al comer jamás. yo en cambio, entre mi glotonería de mujer preñada y mi pechuga abundante era capaz de terminar con todo el pecho llego de migas como minino. Sí. Vergonzoso lo mío en este caso particular. No había visualizado hasta esos momentos que mi marido era disciplinado hasta en eso desde chico realmente. Yo feliz que así fuera porque las veces que fuimos a cenar fuera mis hijos no hicieron un enchastre como veía a otros nenes hacer para comer ni siquiera en casa ajena. A ver, que no se malinterprete lo que cuento. No es que mis hijos no dejaban una migaja fuera de lugar o un poco en su ropita con la servilleta bien ubicada antes de esta etapa. No son robots. Eran dos nenes y muy intuitivos. Solo que no veía como otros que terminaban dejando imposible de mirar los espacios donde se los ubicaba. Habíamos visto como en otra mesa con nenes muy chicos, una pareja debió dejar una sustanciosa propina a los camareros y muchas disculpas por el desorden cuando los fideos de sus hijos habían llegado a la vitrina. Ellos no estaban justamente sentados al lado de la vidriera del local. En ese sentido, los míos eran más pasivos y era toda la enseñanza del mismo Kerem. Eran los momentos donde ponía orden real y se notaba. Su hermanita era otro cantar todavía. A Zaira yo la amamantaba cuando terminaba mi propio desayuno con el descafeinado en mi capuchino. Kerem no me dejaba tomar café porque mi médico lo prohibió para evitar que me levante la presión en la gestación desde los gemelos. Ella era capaz de comer conmigo un pedacito de muffin o de pancito sin tostar. Era más bien glotona y le gustaba acaparar comida según analizó su padre. Cuando la desvestíamos encontrábamos pedacitos de comida en sus bolsillos guardados. Detalles de los hijos que cada uno va descubriendo de a poco.

La noche del sábado llegó y la panzada para los gemelos, su padre y yo llegó con el delicioso manti. Ellos comieron tres raviolitos cada uno en sus platitos con el jugo en sus tazas con tapita y boquilla para sorber. Kerem comió un plato y medio y yo no pude con mi genio de glotona. Comí dos platos. Con lo cual lo que confundí con una linda indigestión y las patadas de Soho al pretender cambiarme para acostarme eran las primeras contracciones de su parto. Me desperté a las tres de la mañana sintiendo las contracciones más fuertes y desperté a Kerem. Estaba durmiendo solo con calzoncillos esa noche. Lo había acariciado y sentía calor con su ropa entonces quedó solo abrazado a mí en bóxer bajo el acolchado tibio y su piel naturalmente cálida que me generaba más calor. Literalmente pensó que era mi ataque frecuente a violarlo dormido y cuando comenté que tenía contracciones la cara de espanto que puso le sacó la erección que al momento tenía en segundos de tocarlo. Ok, lo reconozco. Fue mi culpa. Intenté despertarlo a las caricias y besos fogosos. Claramente se ve que le di la idea que quería jugar y él respondió franeleándome a lo que yo hubiera cedido perfectamente. Era mi chiquito avisando que venía su momento de protagonismo. Antes de irnos yo lo miraba moverse en calzones por la habitación preparando la ropa de ambos y viéndose tan sensual como siempre. Incluso más, podría decir. Caí en cuenta que esta vez no tuve sexo duro previo al parto además que de mirarlo lo deseaba como loca y me froté los pezones en esa sensación. Realmente quería relajar mis músculos pélvicos para prepararme mejor. Sabía cuánto estaban tardando entre las contracciones y me daba tiempo para una última sacudida de plumas. Quise tener a mi marido y le pedí que me dejara montarlo. Le pareció descabellado en verdad.

Mi nuevo socio. Una deliciosa tentación turca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora