CAPÍTULO 13

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El legado.

Pronto llegó septiembre y con él la primavera. Menos mal porque estaba hasta de tener que usar ponchos o capas sin molde y forma de mujer para cubrirme del frío. Mis abrigos ya no me entraban y me sentía un pescador con las botas y las capas. Luego de que apresaran al vejete Rhodes nosotros estuvimos en paz para volver a hacer nuestra vida de pareja. Aunque en verdad, primero me costó relajarme para sentirme confiada de abrirme nuevamente a mi marido. No lo había dejado de amar ni nada. Estaba a mi manera temerosa de la nueva forma de contacto con él sin recordarle como éramos en la casa cuando no había nadie cerca. Cualquiera diría que me volví un cerebrito que no necesita o racionaliza la verdadera intimidad de pareja. Así era en lo que respecta a nosotros dos. En cuanto a mi preñez era al revés. Ocurría siempre que cada vez que podía disfrutar momentos de pareja algo con mi vientre gigante pasaba y se llevaba el protagonismo que tendría por al menos dos meses.

Llegó el momento de ir a la clínica a hacer de nuevo la ecografía 4D para ver a mis hijos. Tenía siete meses y medio ya. Kerem estaba todo emocionado viendo a sus hijos y hablando de lo parecidos que se veían a mí.

- Eli, es como el sueño que tuve donde los veía iguales a vos. ¿Te acordás que te lo conté cuando nos casamos? - asentí llorosa. Estaba recordando cosas de a poco. En los momentos que se emocionaba con algo especialmente tenía recuerdos de su memoria perdida como ahora. - Acabo de recordar que soñé a mis hijos recién casado. ¡No lo puedo creer! - exclamó abrazándome en la camilla. - ¡Mi amor, puedo recordar más cosas! - me besaba con ganas. - Míralos, amor. No solo son iguales a vos. ¡Son completamente hermosos, mi preciosa! - mirábamos los movimientos y gestos de nuestro par de soles que se veían en sepia por la imagen de líquido amniótico frente a ellos. - Por Alá. Jamás pensé tener tal felicidad. - Me abrazaba sentado a mi lado viendo la pantalla. - ¿Todo está en orden, doctor Korn? - preguntó a nuestro galeno. Estábamos en dudas con el tamaño de los gemelos. Sí, mis bebés ya pesaban casi tres kilos y medio cada uno. Ya eso fue una duda que nos sacó el doctor Korn al hacer la ecografía 4D, el peso y el tamaño de los nenes. Ahora estábamos más convencidos de lo que deberíamos afrontar con bebés tan enormes. Sobre todo, mis caderas anchas serían las protagonistas de todo.

- Sí, Kerem. Ahora que los peligros han pasado les recomendaría unas mini vacaciones para tener un poco de paz antes de tener el parto. Les vendría bien a los cuatro. Han tenido un mes movidito. Unos diez días serían lo indicado para empezar. Si no tenés contracciones de parto, como te enseñé, llegaremos a la fecha indicada. Estamos a mitad de septiembre y para inicios de noviembre espero traer a este par a salvo. Si Elizabeth pasa nervios nuevamente puede ser un parto adelantado y riesgoso con la presión alta. No quiero volver a tener que darte calmantes. ¿Estamos, Elizabeth? - Kerem me miró serio. Eran la clase de cosas que no le comenté pasaron estando internado. Ahora si me regañaba estaba en todo su derecho. Yo había tenido que ser asistida repetidas veces entre los nervios por lo que pasaba con él. Asentimos los dos viendo a nuestro galeno comprometido. - Obviamente si pasa algo de urgencia me llaman al celular a la hora que sea. Espero que no deban hacerlo. Ya en ese caso, te veo a mitad de octubre para tu próximo control. Te cuidas mucho, Elizabeth. Kerem, te la encargo. La atas a una silla si es necesario o a un sillón cómodo. Eso sí, siempre déjale música para amansar a esta leona. - bromeaba con nosotros. Nos despidió para dejarnos privacidad.

Kerem me comió la boca en el momento que se fue el médico y yo me secaba el gel del vientre. Literalmente mi marido no había recuperado su memoria por completo, pero sí había vuelto a ser efusivo en sus formas conmigo y sus hijos. Había sido una locura volver a tener intimidad con él después de casi veinticinco días sin sexo. Y, no solo sexo, sino caricias de las que me daba siempre. Yo no me dejaba tocar por estar tensa con lo de Rhodes y no me di cuenta que lo había alejado más. Llegado el punto de tal distancia mía, que me cuestionó esa lejanía para avanzarme en la cocina y terminamos haciendo lo nuestro sobre la isla de la cocina. Menos mal que estaba limpia. Mi marido con su metro ochenta y pico subido conmigo sobre el mármol fresco y su piel ardiendo eran una mezcla imposible de rechazar. Uno me hacía arder y el otro me enfriaba. Alá bendiga el mármol de mi cocina que no se rompió. Ese recuerdo aun me produce piel de gallina de la intensidad de volver a tener a mi demonio turco haciéndome suya apropiadamente. Fue incluso mejor que la primera vez que tuvimos sexo con panza incluida en medio y me hizo explotar tres veces en un ratito.

Mi nuevo socio. Una deliciosa tentación turca.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora