Epílogo

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Epílogo

Harry se removió en su lugar, podía sentir a Severus abrazándolo posesivamente mientras dormían. A un lado de la cama, el aparato que servía de alarma avisando que eran requeridos en la habitación infantil no dejaba de parpadear.


— Sev... amor... —le llamó Harry perezosamente—. Te toca ir.

— No... yo fui la última vez. —protestó el mago mayor acercándolo más contra su pecho.

— Mentira. —sonrió Harry—. Ese fui yo, no lo olvides, dijiste que estabas cansado... ahora te toca a ti.

— Mmm... ¿Y no podrías traerla acá con tu grandiosa magia? —se burló sin intención de moverse de su lugar.

— Ya te dije que no supe cómo lo hice. —respondió divertido—. Pero si quieres nos arriesgamos, le lanzas un Avada y veo si puedo transportar a tu hija para acá.

— No, mejor no. —negó luego de meditarlo un par de segundos—. Iré a ver qué quiere esa niña.


Harry acentuó su sonrisa, aún sin dignarse a abrir los ojos y notó satisfecho como su esposo se levantaba a regañadientes, él prefirió acomodarse y disfrutar de su cálido lecho mientras Severus volvía. El gruñón profesor de Pociones no tuvo más remedio que ponerse una bata y caminar todavía medio dormido hacia la habitación contigua. Cerró la puerta para no molestar a Harry al encender la luz, y sonrió al ver a dos jovencitos de once años acercarse a una cunita para levantar a su hermana menor.


— ¿Qué hacen despiertos?

— Teníamos que venir a ver a Carolyn. —respondió Beth sosteniendo a la pequeña de cinco meses en sus brazos y consiguiendo calmarla al instante—. Ustedes son unos padres desnaturalizados que la dejan llorar demasiado.

— Bah, eres una exagerada, Beth. —murmuró Severus sin darle credibilidad a la broma de su hija—. Anda, regresa a la cama que yo me haré cargo de mi niña.


Severus se acercó con toda intención de sujetar a su pequeña de hermosos ojos verdes como los de su Harry, sonrió al verla, acariciando su suave cabello rojizo, cada día la veía más bella, le encantaba irse aprendiendo la forma de algunas de sus pecas en su nariz, descubriendo el nacimiento de unas nuevas y la atenuación de otras... todo en Carolyn era un milagro para él. Sin embargo, Beth lo esquivó y fue a sentarse en un sillón que actuaba como mecedora y que a su hermanita encantaba.


— ¿Para que te quedes dormido como la otra vez? —se burló Axel yendo a sentarse junto a su hermana.

— Cierto, mi hermano tiene razón. —secundó Beth—. Mejor regresa con el otro flojo que debió haberte chantajeado con el Avada para que quisieras venir. Nosotros nos haremos cargo de Carolyn.

— ¿Tan mal concepto tienen de nosotros? —dijo, fingiendo ofenderse.

— Claro que no, papá. —aseguró sonriendo Beth y sujetando a su padre de la mano, lo hizo inclinarse para darle un pegajoso beso que sabía resultaría en una mueca de supuesto desagrado, aunque Severus jamás lograba ocultar el brillo de sus ojos cada vez que uno de sus hijos le besaba—. Pero creo que nosotros podemos cuidar a nuestra hermanita, ¿verdad, Axel?

— Así es. —aceptó el pelinegro recostándose dispuesto a pasar toda la noche velando el sueño de la bebé—. No hay nadie mejor para calmarla que Beth y yo me quedo a acompañarla, así que regresa a la cama, papá.

— Bien... si ustedes insisten. —aceptó Severus dando la vuelta feliz.

— Ah, pero antes tienes que prometerme que nos darás un muy buen regalo de cumpleaños.

Enfermo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora