De enfermedades y cofres

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De enfermedades y cofres


No quiso abrir los ojos cuando despertó, rogaba por estar muerto. Pero se suponía que los muertos no sentían ese dolor quemante perforándole el alma ¿o sí?... Nunca en toda su vida había experimentado ese sufrimiento, esa ansiedad de desear jamás haber conocido la felicidad si el precio era tan alto. Simplemente no podría soportarlo... apretó los párpados con fuerza, resistiéndose a abrirlos y mirar un mundo donde ya no estuviera su pequeña a su lado. Su respiración se volvió cortante, ahogada, y aunque se resistía a llorar, las lágrimas escapaban por el canto de sus ojos para ir a mojar sus sienes. ¡Era demasiado desesperante, era un tormento... el infierno que merecía!


— Tranquilo... —dijo una voz suave que le hizo sentirse peor cuando sintió su mano sobre su frente intentando calmarlo—... todo está bien.


Pero él sabía que no era así, empezó a llorar compulsivamente aferrándose a quien estaba junto a su cama, ahogándose en sus sollozos, lamentando lo sucedido.


— Abbatelli... mírame. —le pidió Severus sosteniéndole del rostro con suavidad—. Tienes que abrir los ojos y mirarme.

— Severus... —respondió obedeciéndole—... ¡nuestra bebé, Severus!

— Beth está bien.


Abbatelli guardó silencio ante esas palabras que creyó había escuchado mal, tal vez ya había enloquecido por completo, pero la mirada tranquila de Severus no podía mentirle y una luz de esperanza resurgió en su interior.


— ¿Pero... cómo?

— No lo sé. —respondió poniéndose de pie—. De repente desapareció en el aire, justo cuando el rayo estaba a punto de alcanzarla. Pensé que se había desintegrado... creí que moriría, pero un llanto a mis espaldas me hizo reaccionar... giré y ahí estaba ella, en brazos de Harry, con Axel.

— Pero... eso no puede ser. —protestó titubeante—. ¡Es imposible!

— Pues no lo es. Ni el mismo Harry sabe cómo explicarlo, sólo que deseó tenerla en sus brazos a salvo y de repente apareció ahí... Creo que aún no conocemos el alcance de su magia, Abbatelli, pero gracias a ella, pudo transportar a nuestra hija lejos del peligro.

— ¡Quiero verla! —pidió fervoroso.


Severus asintió y salió un momento de la habitación. Ángelo se quedó en espera, temiendo que el mago no regresara luego de haberle dado una falsa esperanza, pero cuando le vio volver con ese inconfundible bulto en sus brazos, se incorporó rápidamente, extendiendo sus brazos para recibir a su hija.

— ¡Es mi Beth, realmente está bien! —exclamó cuando finalmente pudo verla y tocarla—. ¡Mi niña hermosa, no sabes cuánto me alegra que estés conmigo!

— A todos nos alegra, Abbatelli.

— ¿Qué pasó con los demás?

— Afortunadamente no tuvimos bajas, algunos heridos sí, pero todos recuperándose con rapidez. Capturamos a la mayoría, otros huyeron pero no representan peligro, Lucius murió, Dumbledore le lanzó un hechizo para detenerlo pero tropezó y cayó por el acantilado... los prófugos pronto estarán en prisión, realmente ninguno de ellos es digno de preocupación, si lograron huir fue precisamente porque abandonaron la batalla cobardemente.

— ¿Y... tu hijo?

— Lo sabías... ¿verdad?

— Sí. —reconoció bajando la mirada avergonzado.

— Él está bien. Harry lo está cuidando en casa de los Weasley.

— ¿Qué va a pasar conmigo? —preguntó hundiendo su cara en el cuerpo de su hija, temeroso por la respuesta de Severus—. Supongo que Harry querrá enviarme a Azkaban por haberme llevado a su bebé.

Enfermo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora