El reclamo de Abbatelli

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El reclamo de Abbatelli


Por la mañana, Harry se mordía el labio inferior mientras se miraba al espejo y observaba el círculo morado que había dibujado en su cuello los labios de Severus. Nuevamente una sensación de cosquilleo le recorría la piel al recordar lo que había sentido cuando le fue hecho. Ahora amanecía más optimista, aquella era una muestra de que no se lo había imaginado, que no había sido un sueño hermoso, y se sentía emocionado, con deseos de esquivar cualquier obstáculo. Acomodó con cuidado su camisa para que no se le notara, sabía que podía borrarlo con magia, pero no quería hacerlo, sólo debía esconderlo de las miradas indiscretas de sus compañeros que seguramente querrían saber cómo había amanecido con un chupete así en su cuello.

Harry nunca odió Transformaciones como ese día, su aula estaba demasiado lejos de las mazmorras y no había podido ver a Snape durante el desayuno, ahora le urgía tener pociones, pero no tendría clases con él sino hasta el martes, la clase del lunes se había suspendido desde que reacomodaran los horarios para tener más posibilidades de práctica de duelos, algo que ahora a Harry le parecía terrible... ¿porqué las clases de pociones no eran todos los días? Se preguntaba sin poder evitar una sonrisita tonta que no pasó desapercibida para sus dos amigos, quienes miraban intrigados que no estuviera haciendo ningún esfuerzo por convertir su cenicero en un ruiseñor.

— ¡Señor Potter! —le reprendió McGonagall—. Cinco puntos menos para Gryffindor por no poner atención a la clase ¿qué espera para ponerse a trabajar?

— Sí... lo lamento, profesora.

Harry bajó la mirada a su cenicero, dirigió su varita hacia él, pero los ojos negros de su profesor se reflejaron en el cristal y se olvidó por completo del hechizo, lo cual le hizo perder otros diez puntos a su casa, muy a pesar de la profesora.

A la hora de la comida, Harry no hacía caso de lo que Ron y Hermione le decían, estaba seguro era alguna reprimenda por la pérdida de puntos, pero no le importaba. Miró intrigado la mesa de profesores donde las sillas de Snape y de Abbatelli se encontraban vacías. No quería pensar mal, se resistía a hacerlo y buscó con la mirada encontrarse con Dumbledore, tal vez ahí supiera la respuesta, pero el Director conversaba animadamente con Minerva como si no notara la ausencia de dos de sus profesores. Suspirando, Harry decidió esperar hasta la noche para buscarlo, las manos le temblaban tan sólo de pensarlo, pero prefería simplemente hacerle caso a su corazón y ya no dejaría pasar más tiempo sin decirle que lo amaba.


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Justo en esos momentos Snape se encontraba con una rodilla sobre el suelo, la cabeza inclinada en señal de respeto mientras Voldemort permanecía en silencio sentado en una silla frente a él.

— Veo que cumples tus promesas, Severus, esta vez acudiste al llamado enseguida. Creo que se me ocurre una forma de compensarte por eso, mi fiel siervo.

— Me encuentro a su disposición, Mi Lord. —respondió sintiendo un escalofrío en la espalda al percibir la voz llena de lujuria del Señor Oscuro, no quería... ¡ya no quería! ¿pero cómo evitarlo si él mismo se había llevado a esa situación? —. Para lo que usted ordene.

— Acércate, Severus.

Severus obedeció, caminó hacia el Lord que se había puesto de pie para recibirlo en sus brazos. El profesor se vio envuelto por la amplia túnica del mago, no pudo evitar un fuerte estremecimiento al momento en que fue besado. Voldemort lo tomó como una señal de placer porque sonrió sobre sus labios, sin imaginarse la náusea que hacía presa de Severus.

Enfermo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora