Capítulo 3

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Canción Heaven de Julia Michaels

Todos los días teníamos una actividad especial, hoy tocaba deporte y la verdad es que no me emocionaba mucho la idea ya que era terrible para cualquier cosa que implicara una pelota o correr. En mi escuela prefería quedarme sentada en las gradas leyendo o escuchando música hasta que la profesora se daba cuenta y me mandaba a correr diez vueltas al campo de fútbol.

-¡Vamos An! Ponle un poco de ganas a tu velocidad. – Dijo Olivia pasando a mi lado.

Ellas estaban acostumbradas porque eran porristas, entonces su cuerpo se adecuó a la gimnasia. Yo era delgada por los genes de mis papás, no por hacer deporte.

-Mis rodillas duelen. – Protesté.

-No seas exagerada, no llevas ni una vuelta. – Espetó Ava.

Si alguien me hubiera dicho que debía hacer esto en el campamento, no hubiera venido.

El sonido del silbato sonó y el profesor nos pidió que hagamos un círculo en el centro del gimnasio. Yo me acerqué con mi respiración agitada y un sudor asqueroso sobre mi frente.

-Muy bien chicos, es hora de su juego favorito.

-¡Quemados! – Gritó un muchacho de cabello rizado

-Ay no. – Dije y puse mis ojos en blanco.

El profesor nos separó en grupos y a mi suerte, me tocó con las chicas y los chicos, dejaría que ellos hagan todo el trabajo y solo me escondería en el fondo. El silbato volvió a sonar y las pelotas comenzaron a volar por el aire. Éramos dos grupos de diez en cada lado, Ava era muy buena en el juego y había derribado a tres chicas. En nuestro equipo seguíamos los diez intactos. La pelota iba y venía, como en un partido de tenis, hasta que sucedió lo esperado.

-¡Angelina! ¡Cuidado! – Gritó Max

Una pelota de goma naranja rebotó en mi ojo izquierdo y mierda, eso sí que había dolido. Caí sentada al piso y el profesor se acercó corriendo a mí.

-¿Estás bien? – Preguntó.

-Sí, pero mi ojo duele mucho.

-Ve a la enfermería a que te revisen y pongan hielo. – Él me ayudó a pararme- ¡Los demás sigan con el juego! – Me acompañó hasta la puerta y luego seguí sola.

Al llegar, una enfermera llamada Janice me observó el ojo con cuidado y me informó que no tenía nada, que me fuera a mi cabaña con hielo y lo aplique cada dos horas y así evitar la inflamación, tendría el ojo algo colorado por el resto del día pero nada que no pudiera tapar. Por supuesto me quedé toda la tarde encerrada con mis libros y dibujos hasta que anocheció y los chicos aparecieron.

-¿Cómo estás? – Preguntaron.

-Mejor, pero aún siento la zona algo caliente.

-Es normal. – Dijo Max – Ven con nosotros a la cena inaugural y te mejorarás. – Guiñó su ojo.

-¿Cena inaugural? Creí que el almuerzo del primer día lo era.

-Eso es solo la recibida del primer día, ésta cena es la que vale la pena. – Dijo Ava buscando ropa en su armario.

-Okey, buscaré algo que ponerme.

Me coloqué un short y una camiseta negra lisa, calcé mis pies en unas converse y nos fuimos al comedor.

El olor que salía de allí era increíble, no entendía como todos los días la comida era un asco y hoy decidieran darnos algo normal y rico para variar. Nos sentamos en la misma mesa de siempre y el director Sullivan volvió a darnos un discurso de media hora donde agradecía nuestra presencia, al staff y nos repetía las normas de conducta. Nada que no haya dicho el primer día.

Un verano de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora