Capitulo 31

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Canción Sacrifice de Black Atlass

Luego de semanas buscando, encontramos una clínica a un par de horas de mi casa que ofrecía un plan completo y acorde a nuestra economía para que se rehabilitara. Duraba dos meses y permitía visitas los fines de semanas, lo que me alegraba para poder verlo. Mi mamá y Julián habían transferido el dinero al hospital y solo nos quedaba armar su bolso. Mañana sería el día.

-¿Tienes todo? – pregunté.

-Sí, solo me falta cepillo dental.

-En el armario del baño hay algunos.

-Perfecto.

Antes de ir a recogerlo, depositó un beso en mi mejilla y se marchó. Yo seguí guardándole cosas y al cabo de unos minutos habíamos terminado.

Mi madre y yo le ofrecimos ropa vieja de mi padre ya que él no tenía mucha y no quería que usara siempre la misma. Él la aceptó con timidez.

-¡Keiler! ¡El taxi ya llegó!

-¡Voy!

Cuando terminó, bajó, y nos subimos al auto con las maletas. Durante el viaje chequeamos todo, hasta sus rutinas y acordamos vernos todos los sábados hasta que saliera. Lo extrañaría mucho, tendría la casa sola con Lucia, pero no dormir con él me haría sentir un poco mal. Además ella iba y venía todo el tiempo y casi no nos veíamos, salvo en alguna que otra comida.

Al llegar, el taxista nos ayudó a bajar los bolsos y antes de entrar Keiler me apretó la mano y supe que estaba nervioso.

-Todo saldrá bien. – dije y lo miré

Él tomó aire y ambos caminamos tomados de la mano.

Una mujer nos atendió y nos hizo llenar unos papeles mientras un enfermero se llevaba las cosas.

-Una firma aquí y es todo. – ambos firmamos y comenzó la despedida.

Mis lágrimas cayeron y Keiler me abrazó con fuerza. En sus brazos me sentía segura y le correspondí con fuerza y cariño.

-Es solo unos meses. – dijo

-Lo sé, pero voy a extrañarte.

-Nos veremos los sábados, no te preocupes.

-Es hora muchacho – la mujer lo esperaba.

Nos besamos y él se marchó.

Cada sábado sin falta me presentaba con caramelos y una carta para Keiler. No me dejaban pasar muchas cosas y me las tenía que ingeniar para saber qué llevarle en cada visita.

-¿Qué tal todo hoy? – pregunté.

-Bien, mejor que ayer y mucho más que mañana. – contestó acariciando mi mano.

-Me alegra verte así, en serio.

-¿Qué me has traído hoy?

Saqué de mi bolso las cosas.

-Una bolsa de tus caramelos favoritos, unos cd's para que escuches algo de música y mi carta diaria.

-Ya quiero leerla. Por cierto, he respondido a la anterior, aquí tienes.

Extendió su mano y me dio la hoja de papel doblada por la mitad.

-Gracias, la leeré al llegar a casa.

-¿Lucía todo bien?

-Sí, se la pasa de fiesta en fiesta, casi no nos vemos.

-Aprovecha la casa sola, cuando vuelva no pienso soltarte.

Mis labios esbozaron una sonrisa y mis mejillas se tornaron rosadas.

El timbre de finalización sonó y nos despedimos con un beso.

-Nos vemos la próxima semana. – dijimos al unísono.

Al llegar a casa, leí la carta y la guardé junto a las demás en una caja de cartón con flores. Allí tenía todo lo relacionado a nosotros y lo guardaba en mi armario.

Llamé a mi madre para darle el parte médico como todas las semanas y me preparé unos fideos de arroz con verduras.

Ya había pasado un mes desde que Keiler decidió internarse por rehabilitación, no podía creer que había pasado tanto tiempo, pero lamentablemente hoy me había despertado con gripe y fiebre, por lo que decidí comunicarme con él por teléfono.

-¿Hola? – escuché la voz de Keiler al otro lado del teléfono.

-Hola K.

-¿Qué pasa? ¿Por qué no has venido hoy?

Tosí

-Estoy muy enferma, no puedo ir así, no quiero contagiarte.

-No me interesa contagiarme, necesito verte.

-No K, no puedo ir así, no me dejarían entrar. He mandado a Lucía a verte y llevarte tus cosas, puedes ponerte al día con ella.

-Bueno, gracias por haber llamado igual, te quiero mucho y espero que te mejores.

-Gracias, yo te quiero mucho más.

Colgué y volví a acostarme, pues mi cuerpo no tenía más energía y necesitaba descansar.

Soñé con una vida con él, hijos, casa en la playa, todos éramos muy felices. No quería despertarme jamás pero sabía que teníamos que luchar para poder conseguir esa vida.

-¿Angelina? – la voz de Lucía me despertó.

-¿Sí?

-Ya regresé, Keiler te envía éstas flores.

Eran margaritas, de plástico. Reí al tocarlas.

-Gracias Lu.

-Sigue descansando, yo haré la comida.

Antes de irse, se frenó en la puerta.

-Por cierto, lo dejarán salir antes.

-¿Qué?
-Por buen comportamiento. Además demostró que ha mejorado bastante.

Una sonrisa de oreja a oreja apareció en mi rostro.

-Gracias por contarme.

-Mañana lo iré a buscar así tú descansas.

Ella se fue y yo me tiré de lleno en la cama a abrazar las flores de plástico. Por inercia las olí pero luego las coloqué en mi mesa de noche.

Por la mañana, estaba tan emocionada que me levanté, me duché y bajé a la cocina para ayudar a cocinar.

La casa estaba toda decorada con globos de colores y un cartel de bienvenida. Si bien aún seguía enferma, mi amor por él hizo que me levantara de la cama y esperara su llegada. Cuando escuché el picaporte abrirse, sonreí.

-¡BIENVENIDO A CASA!
Keiler soltó sus bolsos y corrió a abrazarme. Yo me pegué cual garrapata y lo llené de besos por todos lados.

-Agh, búsquense un cuarto. – dijo Lucía pasando por nuestro lado.

La ignoramos y seguimos en nuestra demostración de afecto.

-Te he extrañado mucho. – me dijo.

-Y yo a ti. Podrás notarlo por mi decoración y emoción.

Él se rio y me bajó al suelo.

Los tres nos sentamos a almorzar en el patio de casa y nos pusimos al día. Keiler nos contó de su estadía y algunos juegos aburridos que les hacían jugar y nosotras le contamos que la relación amistosa había mejorado con el pasar de los días y ya nos era posible soportarnos.

Quería sacar una foto mental del momento y recordarlo por siempre, no necesitaba más que esto, que él, que nosotros.

Un verano de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora