34| Ha roto cada trozo de mí

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¡Feliz Miércoles!


—Capítulo 34—


Vives en un mundo en el que a lo mejor ya no importa nada, ni tu familia, ni tus amigos, ni... él. Naces, creces, te jodes y mueres sin saber lo que estás a punto de perderte. No tienes idea en el lugar en el que estás. Solo hay una luz que te desnuda. Te hace entender que ya sufriste lo suficiente. Te sostienes pero vuelves a caer. El vacío del que tanto temías.

Cierras los ojos y sientes que te destrozaron una parte tuya. No quieres moverte, mucho menos ver la orilla del mar. Te pierdes los mejores momentos de tu vida, porque los recuerdos llegan y usas el mismo vestido blanco de aquella noche. Tienes arena y sangre en los pies. Tendida sobre tu cama. Hay otra voz más fuerte que se alimenta de tu cabeza y todavía sientes una fibra sensible.

Ves muchas caras borrosas girando a tu alrededor. Te producen olas de estremecimiento y el toque de la brisa eriza tu piel. Todas las ataduras te trajo aquí con el corazón maltrecho y se alojan lágrimas en tus ojos.

Quieres volver pero no puedes cruzar la línea.

Tropiezas y una ráfaga de viento se eleva tan deprisa.

La canción llega a su fin como las historias de amor y, lo peor es que, eres muy consciente de ello. Es muy difícil cuando la mayoría de veces se presenta algo nuevo. Entonces, solo quieres esconderte del mundo real.

Vuelves a inhalar y todo se inmiscuye en tu cabeza. Es una mezcla de estallidos de luz y tormenta.

Latas destapadas.

Palabras soeces.

Sesiones de sexo.

Luces refulgentes.

Discusiones.

Apuestas.

Secretos.

Dolor.

Tardas tiempo curarte.



Rhys me pasa la mano por la mejilla y no me demoro en apartársela. Me masajeo la cara y bostezo buscando la primera oportunidad para evitarlo. Pero, se supone que no debería dirigirle la palabra después de lo que pasó. Apenas y me doy cuenta que nuestras manos están esposadas.

Papá lo acaba de arruinar.

—¿Qué hora es? —pregunto dejando de lado el dolor que entumece mis muñecas.

Saca su teléfono del bolsillo de atrás de su pantalón, esforzándose demasiado para no lastimarse. Lo enciende y mira la hora que está en la pantalla de inicio.

—Nueve y media.

—Ya es demasiado tarde —resoplo.

—Da igual si papá no viene a quitarnos las esposas.

—Estoy furiosa con él —Y contigo. No lo digo pero lo estoy. La imagen de su rostro me obliga a morderme la lengua. Me ha dejado claro que no quiere que nuestros sentimientos se entrometan.

—Tampoco quería que esto pasara.

Tuerce los labios y eleva una oscura ceja. No sé a qué se refiere exactamente por la manera en la que me está mirando: si a esta estupidez que se le acaba de ocurrir a mi padre o el hecho de que terminamos la noche juntos.

Rhys Mitchell: El sabor del pecado [ I ] +21 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora