• I •

877 70 5
                                    

"Tres años y medio antes"

«EL SOLDADO», ESO ERA LO QUE susurraba la gente cada vez Lola Swan salía de su retiro, cada vez que había un nuevo asesinato revelado con su propia marca personal: hombres colgados del cuello en medio de la plaza con innumerables heridas, el rostro arrancado y una S grabada a fuego en el pecho demacrado. El Soldado no tenía motivos ni moral, el único impulso por el que se dejaba llevar era la sangre derramada y la avaricia incondicional. El Soldado podía derribar al más respetado Mercader con un simple susurro y masacrar Bandas con la punta de su espada. Lo más terrorífico de todo era que nadie le había visto jamás por las calles de Ketterdam, no sabían nada del Soldado además de su gran afán por la destrucción que causaba.

«Pero es mentira», pensó Lola mientras oía a dos hombres hablar sobre el Soldado. Mucha gente la veía, pero nadie le prestaba la atención suficiente como para percatarse de ello. Los movimientos de Lola estaban calculados con la máxima precisión y que todos los hombres que pasaran por su lado se fijaran únicamente en su rostro o senos era justo lo que necesitaba para seguir viviendo en el anonimato. Ella no decía nada sin repasar cada una de sus palabras antes de formularlas con sus labios, nunca dejaba cavos sueltos que pudieran dirigir las sospechas hacia su cuello y jamás dejaba nada por resuelto antes de haberse cerciorado varias veces de que su movimiento hubiese salido tan exitoso como sangriento. Aun así, la mayoría de los rumores que discurrían por las calles eran tan exagerados que incluso ella misma se sorprendía de la brutalidad con la que las personas hablaban de ella.

—¡Dos más de Whisky! —le berreó un hombre al otro lado de la barra.

Lola rodó los ojos con irritación al ver al hombre sentado en el mugriento taburete, con la chaqueta del traje arrugada y manchas de bebida en la camisa blanca. El hedor que exhibían sus poros bañados en alcohol ahogaba la poca cordura que le quedaba.

Lola se acercó a la estantería de bebidas, sacando una de las innumerables botellas de Whisky y quitando con un abrebotellas el corcho que tapaba la boquilla. Al regresar frente al hombre sirvió dos chupitos contundentes y esperó a que el señor dejara el dinero de los tragos sobre la mesa.

—¿Sabes? —le preguntó mientras rebuscaba en el bolsillo de su chaqueta y haciendo que su mal aliento rebotara en el rostro de la chica—. Eres demasiado guapa para estar en este tugurio. Seguro que ganarías mucha más pasta en la Casa de Fieras. Ese sitio sabe aprovechar lo bueno.

Lola ignoró por completo el comentario del hombre, aceptando los dos billetes de Kruge arrugados y dándose la vuelta para meterlos dentro de la caja registradora.

No era ningún secreto que la cuidad de Ketterdam fuera famosa por sus innumerables burdeles, casas de placer y antros de juegos de azar. Pero la morena sabía a la perfección lo que significaba trabajar en ellos y lo que conllevaba. No era agradable, toda persona que se atrevía a vivir en Ketterdam terminaba destrozada por culpa del Barril (el sitio donde se reagrupaban todas las bandas y negocios de trasfondos turbios). Era prácticamente un suicidio, pero en aquel lugar o apechugabas y te levantabas, o morías de forma inmediata. Las personas adineradas carecían de aquellos problemas, pero igualmente debían mantenerse con ojo avizor, porque a la mínima distracción podrían acabar en la ruina.

Lola miró de reojo el reloj que había colgado a la pared de la taberna y suspiró con cansancio al ver que todavía le quedaba una hora y media de trabajo. Pekka Rollins, su jefe, había decidido que en esos próximos meses la morena se encargaría de la barra en una de sus muchas tabernas llamada «El Cristal Roto» en vez de bailar en uno de los burdeles. Lola odiaba profundamente a Rollins, pero no le quedaba de otra que aceptar cualquiera de sus condiciones hasta que pudiera pagar su deuda y salir pitando de Ketterdam como alma que lleva el diablo, por lo menos agradecía el hecho de que la hubiera cambiado de puesto por una de camarera. Detestaba bailar en la barra.

Al terminar con sus horas diarias tras haber servido a más borrachos que sobrios volvió al Palacio Esmeralda donde una incómoda cama la esperaba, pero en aquellos momentos ese colchón tan fino se le hacía incluso deleitoso. Había varias personas pasando de un lado a otro por la entrada de la recepción en la que se hallaban caros sillones y asientos recubiertos por gruesas capas de pieles animales teñidas por colores verdes y platas. Las paredes esmeraldas resaltaban en el interior y todo el aspecto del Palacio Esmeralda era tan hortera que hacía abrir los ojos con sorpresa a varios visitantes que pasaban de refilón por la calle.

Justo cuando estaba cruzando cerca de recepción una de las recepcionistas la llamó por el nombre que le había asignado Pekka Rollins el día que la compró cuando Lola no tenía nada más que diez años de edad. Se obligó a acercarse a la muchacha de piel morena que se encontraba tras el mostrador de mármol resplandeciente y la sonrió de forma forzada.

—Marie, Pekka te espera en su despacho —le explicaba la muchacha—. Es urgente, así que yo que tú me daba algo de prisa.

—Claro —asintió ella mientras un escalofrío la recorría el cuerpo—. Gracias.

La muchacha de piel dorada asintió y Lola se encaminó hacia el pasillo que daba al despacho del Jefe del Barril.

Un mal presentimiento se apoderó de ella mientras subía las escaleras y cientos de preguntas la embargaron al llegar al último piso. ¿Había hecho algo mal? ¿La iba a volver a castigar? ¿Cómo sería su nuevo castigo? Rollins era bastante imaginativo a la hora de dar su merecido a las personas que le molestaban y ella sabía por experiencia propia de lo que era capaz.

«Eres el Soldado», se recordó a sí misma. «Aunque él no lo sepa eres más fuerte de lo que aparentas», seguía diciéndose. «Dentro de poco tendrás el dinero suficiente para pagar la deuda e irte», volvió a repetirse, pues, aunque llevara medio año aterrorizando las calles de Ketterdam el dinero que tenía ahorrado no le llegaba ni a una mediana parte de todo lo que debía a la hora de pagar su libertad.

Caminó sobre los alfombrados suelos hasta detenerse delante de la puerta esmeralda que daría comienzo a su nueva tortura. Con un suspiro tembloroso golpeó la madera antes de que la voz ronca de su jefe se oyera tras la puerta.

—¡Adelante!

Lola abrió la puerta lentamente hasta dejar a la vista el luminoso despacho donde se encontraba Pekka Rollins sentado tras su escritorio. Pero lo que de verdad sorprendió a la morena fue ver a Kaz Brekker, el Bastardo del Barril, justo en el medio de la sala con ambas manos cruzadas sobre el bastón de cabeza de cuervo que utilizaba para ayudarse a caminar y mirándola como si fuera un nuevo acertijo que aclarar.

Lola dirigió los ojos hacia su jefe, nerviosa antes de decir:

—¿Me habíais llamado?

—Sí, entra y cierra la puerta. Tenemos que hablar.

Lola hizo exactamente lo que le había indicado su jefe hasta detenerse al lado de Brekker, ambos a una distancia considerable.

—Por lo visto Per Heskell está decidido a comprar tu contrato —le explicó, yendo directo al grano como cada vez que hablaba—. Por lo que te recomiendo ir a tu cuarto y guardar lo poco que tengas antes de que llegue alguno de mis empleados y tire todo lo que hay en ella.

Lola parpadeó, confundida. ¿Per Heskell había comprado su contrato? ¿De verdad? Ella no sabía si alegrarse o gritar de frustración, pero al final lo único que pudo hacer fue asentir y hablar de forma moderada si no quería que Rollins la castigara antes de partir hacia donde fuera que la llevaran.

—Entiendo. ¿Eso era todo?

—Sí —afirmó Rollins, cruzando los dedos bajo un mentón recubierto de barba roja—. El señor Brekker la esperará en recepción.

—Bien.

—Puede retirarse, Smith.

Sin decir ni una palabra más salió de la sala. Un nudo se hallaba enredado en su garganta y mientras caminaba por aquellos despampanantes pasillos se preguntó si aquella sería una nueva tortura que añadir a su lista.











Editado

𝑺𝒆𝒗𝒆𝒏 𝑶𝒇 𝑪𝒓𝒐𝒘𝒔 || 𝑲𝒂𝒛 𝑩𝒓𝒆𝒌𝒌𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora